Todas las cuestiones que hemos abordado en estas breves líneas, nos llevan a una realidad que, en el fondo, es la única que debiera preocuparnos: la de ignorar, distorsionar o silenciar la Música del Evangelio. El Evangelio de Jesús tiene música, o, mejor aún, es música que suena donde y como quiere. Música que a veces es denuncia y otras es anuncio; unas veces es dulce y otras, amarga; a veces melódica y a veces rítmica; antigua y nueva a la vez. Música cuya única razón de ser es entrar en el corazón, la razón y las entrañas de todos y cada uno para dar vida y vida en abundancia. La música del Evangelio – como el Resucitado – surge y suena en los lugares más insospechados y del modo que menos esperamos, también en medio de las culturas juveniles y de sus géneros musicales. Esta particular melodía (no siempre armonizada desde las claves clásicas y tradicionales) tiene muchos puntos de encuentro con los jóvenes, menos acomodados a sistemas establecidos, más acostumbrados a abrir caminos y más abiertos a la novedad, venga de donde venga. Lo esencial es dejar que suene libre y aprender a escuchar esa Música, que también, enamorada de los jóvenes y habiendo prometido amor eterno, está buscando ser, sin descanso, su pareja estable.
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