La misa es un grupo de hombres y de mujeres que se reúnen. La Iglesia que quiso Jesús no existe para estar continuamente reunida, sino más bien para vivir dispersa cotidianamente en el mundo como sal y luz, levadura en la masa… pero precisamente para poder realizar bien esta misión la Iglesia se reúne, sobre todo el domingo. La Iglesia no puede vivir sin la reunión eucarística. Tan importante es esta reunión que la misma Iglesia toma el nombre del hecho de reunirse: Iglesia = asamblea. El concilio Vaticano II llega a decir que la reunión eucarística es “la principal manifestación de la Iglesia”. Se sabe que desde el día de la Resurrección del Señor la Iglesia no ha cesado jamás de reunirse cada domingo para hacer visible su identidad de Pueblo de la Pascua; en alguna ocasión esta fidelidad a la reunión dominical costó la vida a algunos cristianos mártires. Los ritos iniciales, que son como la llave que nos abre el acceso al encuentro con el Señor, (el canto procesional de entrada, el saludo, el acto penitencial, el Señor ten piedad con el Gloria y la oración colecta) tienen como finalidad que los fieles reunidos constituyan una auténtica comunidad y se dispongan a escuchar la Palabra y a celebrar dignamente la Eucaristía. Estos ritos ponen en evidencia que los cristianos nos reunimos porque respondemos a la invitación Señor, por eso la asamblea eucarística tiene un presidente, que es un bautizado como los demás, pero que ha recibido por la ordenación presbiteral la misión de manifestar la presencia de Cristo como Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia; y que es Cristo mismo el actor principal de la Eucaristía y quien la preside a través del ministro. A esta reunión no se asiste como “extraños y mudos espectadores” sino que todos tienen parte activa, puesto que todos lo bautizados participan del único sacerdocio de Cristo en la complementariedad de las distintas funciones y ministerios.
Luis Fernando Álvarez
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