La primera misión de Etiopía estuvo encabezada por el sacerdote irlandés Patrick Morrin, acompañado por Joseph Reza y Cesare Bullo, salesianos, estadounidense e italiano respectivamente. Casi treinta años después, Bullo sigue en la casa inspectorial de Addis Abeba en la colecta de fondos para diversos proyectos. “Cuando llegamos la situación era de permanente conflicto interno, con un régimen político, encabezado por el dictador Mengistu, que, lejos de responder a las esperanzas del pueblo, se basó en la represión, que fue especialmente dura con los jóvenes y los estudiantes. La situación, lejos de mejorar, fue empeorando día a día, hasta desembocar en la gran hambruna de 1984”. En aquel difícil año, Bullo y sus compañeros llegaron a prestar asistencia, sólo en Makallé, a más de medio millón de personas. La misión se convirtió en un improvisado campo de refugiados que huían del hambre. “Cada día morían cerca de cien personas, que llegaban en condiciones en las que nada se podía hacer, salvo acompañarlos hasta el final”, recuerda Bullo. “Lo que más me impactó fue ver a la gente que moría en la calle. Hubo una mujer –recuerda Bullo- que salió de su casa con sus cuatro hijos, pero cuando llegó a la misión sólo le quedaba uno. El resto, los había perdido en el camino”. De esta experiencia han quedado en los salesianos decenas de proyectos de desarrollo –perforación de pozos, construcción de casas, asistencia a desplazados por el hambre o las guerras- destinados, a evitar que se repita una catástrofe de esta magnitud.
Teresa López
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