El estreno de la película de Alejandro Amenábar, Mar adentro, y toda la parafernalia publicitaria que la ha rodeado, vuelven a poner sobre la mesa el debate social sobre la eutanasia. No me interesa –ni creo que sea éste el lugar ni el momento oportuno- hacer una crítica del film en cuestión. Se han publicado muchas en periódicos y revistas; se han emitido en las diversas cadenas de radio y de televisión. Pero sí conviene recordar, porque éste es el punto de partida de mi comentario, que la película defiende y avala la eutanasia libremente elegida, al mismo tiempo que, ridiculizando y mofándose, desacredita y deslegitima la respuesta de quien, en idénticas condiciones que el protagonista, elige la vida. ;font color=#CC0000>El debate social El debate sobre la eutanasia hace tiempo que saltó las barreras de la ciencia, de la medicina, de la ética o del derecho. De una manera o de otra, los medios de comunicación nos ponen continuamente ante ella. Los casos de Karen Quinlan, los crímenes de la enfermera Michaela Roeder, a quien periodísticamente se le bautizó como el “ángel de la muerte”, el escándalo del hospital Lainz de Viena, la extraña máquina del doctor Kevorkian, los casos más cercanos a nosotros de la niña Mercedes Rodríguez, desahuciada por los médicos, o del tetrapléjico Ramón Sampedro que recrea la película de Amenábar, nos han estremecido y nos han hecho reflexionar. Porque de lo que no cabe duda es de que la eutanasia supone un problema ético y social muy fuerte y complejo. Básicamente el problema es si hay posibilidad moral de dar una respuesta positiva a quien quiere morir y pide una ayuda para conseguirlo. Porque la eutanasia consiste exactamente en la acción que procura la muerte o acelera su proceso, para evitar grandes dolores o molestias del paciente; es decir, se trata de una acción que por su naturaleza y en la intención, causa la muerte con el fin de eliminar cualquier dolor. Pero detrás de este planteamiento hay muchos interrogantes, muchos problemas éticos, sociales y jurídicos. Problema moral y problema legal Ciertamente, la eutanasia implica, ante todo, un problema ético: ¿es moralmente lícita la muerte libremente elegida? Me parece que para responder convenientemente, es necesario apreciar que se trata de la inviolabilidad de la vida humana, valor primario y fundamental, ante el cual difícilmente cabe la confrontación con otros valores, porque ninguno de ellos estaría por encima: la vida humana es la base de la dignidad y de los derechos de la persona. Es, al mismo tiempo, un valor personal y social; y los cristianos creemos, además, que es un don y un regalo de Dios -¡Él es el Señor de la vida!-, que lleva consigo la responsabilidad de cuidarla y vivirla con dignidad. Pero el problema moral se acrecienta cuando planteamos la posibilidad de su legalización. Supondría reconocer legalmente la facultad de acabar con la vida de una persona que se encuentra en situaciones dolorosas. Esto abriría una puerta de resultados imprevisibles. Si se acepta que poner fin a la vida de una persona (o sea, matar) es un medio válido de tratar el problema humano del dolor y del sufrimiento, ¿quién determina sus límites?, ¿dónde situarlos?, ¿a qué sufrimientos puede extenderse?, ¿no supondría la ley una invitación permanente al suicidio? Quizás, para algunos, la vida constituye simplemente un derecho personal. Por eso llegan a pensar que una vida cercenada por la enfermedad no vale la pena. Es necesario contemplar la vida como un don precioso y extraordinario para abrazar también la tarea de vivirla y compartirla con gozo y con pasión.
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