Fiel al mandato de su Señor la Iglesia desde sus orígenes ha celebrado la Eucaristía con una estructura que se ha mantenido invariable desde el siglo II: la reunión, la proclamación de la Palabra, la liturgia eucarística y la despedida; los dos momentos centrales son la liturgia de la Palabra y la liturgia eucarística. Esta estructura fundamental la vemos desarrollada también en el relato de Emaús, cuando Jesús resucitado se hace presente a los dos discípulos que huían descorazonados de Jerusalén: les sale al encuentro por el camino y les explica las Escrituras, se sienta a la mesa con ellos “tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio.” Es decir, en la celebración de la Eucaristía se dispone para nosotros una doble mesa: la mesa de la Palabra y la mesa del Cuerpo del Señor. Este esquema básico se ha ido enriqueciendo con el tiempo: se fueron añadiendo poco a poco ritos y plegarias. Algunos desearían que en la celebración de la Eucaristía hubiera más variedad; dicen que la misa les resulta aburrida; pero no hay que olvidar que pertenece a la esencia de un rito el que se celebre siempre de la misma manera; y que este rito precisamente fue el que realizó el mismo Jesús; de lo que se trata, en definitiva, es de hacer lo que hizo el Señor.
Luis Fernando Álvarez
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