Una de las expresiones más ricas de la pedagogía de Don Bosco es la alegría; recordemos el espacio y la dignidad dados al momento de la recreación, la fiesta, el deporte, la música, el teatro y el patio. Son los lugares de la espontaneidad y de las relaciones donde el educador encuentra modos de intervención, tan sencillos en las expresiones como eficaces en los resultados para crear un clima de amistad y alegría. La alegría es un componente esencial del clima educativo salesiano; es el optimismo proprio de experiencia de familia salesiana. Sin embargo no se trata tanto de una conquista (nada se ve tan falso como el comportamiento de aquellos que son alegres por obligación) como de un fruto: la alegría es la expresión de la felicidad, del estar en armonía consigo mismo, algo que sólo puede derivarse de estar en armonía con Dios y con su creación. Para los cristianos de todos los tiempos, los creyentes de toda edad, raza y condición han encontrado esa serenidad de corazón en el encuentro con Dios y la han expresado al Creador con su alegría vital. Así es para Don Bosco la alegría del “nada te turbe”. Él mismo transmite a sus jóvenes y educadores que creemos en un Dios que no puede contenerse de júbilo por la felicidad de sus hijos. Y que entonces no desea ni expresa otra cosa sino que también nosotros desbordemos alegría. Por eso invitaba a sus muchachos a explorar nuevos caminos, a valorar como positivo los eventos cotidianos, empapados de confianza en el Padre; esta es la razón de la famosa expresión de Domingo Savio: “Nosotros demostramos la santidad, estando siempre alegres”. Por esto, el ideal de santidad salesiana no está reservado a unos pocos; ha sido siempre dirigido a todos sin excepción. Hace ya dos siglos que esta fuente de alegría no ha cesado de manar en la Familia Salesiana. De hecho, son innumerables los jóvenes ya adultos que han ofrecido una lectura limpia, esperanzadora y provocadora del Evangelio. Y cuántos educadores salesianos cuyas vidas manifiestan la cercanía de Dios. Al releer sus vidas, produce siempre una gran admiración encontrar almas alegres, sin pliegues ni recovecos, en quienes se puede confiar y quienes se puede imitar. Es así que la alegría salesiana no es una actitud insignificante: eso sí, no está de ordinario en cosas llamativas, no hace ruido, no es extravagante. La alegría salesiana es el amor disfrutado; es su primer fruto. Cuanto más grande es el amor, mayor es la alegría. ¿Qué sucedería si asumiéramos más a menudo que la alegría es posible y necesaria porque la novedad del mensaje de Cristo, su plenitud, es como el vino nuevo que no cabe ya en los moldes viejos (Mc 2, 22)?
Miguel Ángel García Morcuende
No hay Comentarios