En diciembre de 1887, Monseñor Juan Cagliero regresaba apresuradamente desde Argentina a Turín. Le habían notificado que Don Bosco estaba muy enfermo y se temía por su vida. Llegó a Valdocco la víspera de la solemnidad de la Inmaculada y fue una fiesta el recibirlo en casa. Fue emocionante el encuentro con papá que se abrazó a Juan rodeándolo de afecto. Escribe el fiel secretario Viglietti:“Fue conmovedor el encuentro de Don Bosco con Monseñor. El pobre viejo estaba sentado en su habitación, abrazó al hijo, lo apretó contra su corazón, lloraba como un niño…”.El relato es elocuente. El hijo volvía a casa después de un tiempo desde lejanas tierras y Don Bosco, un anciano enfermo y agotado, acogía con los brazos abiertos al pastor bueno, al salesiano veraz, al intrépido misionero, al obispo fiel. Pero aquella tarde Don Bosco abrazó sobre todo a uno de sus primeros muchachos. Seguro que en aquel abrazo entrañable, Don Bosco recordó emocionado la primera hora de la Congregación, cuando todo era muy incierto y solo unos pocos arriesgaron. Fraile o no, yo me quedo con Don Bosco, dicen que exclamó convencido Juan después de unos días de zozobra ante la propuesta de fundar una Congregación. Juan, acogido en Valdocco siendo solo un niño, fue uno de los cuatro chicos que en 1954 adhirieron al primer proyecto de Don Bosco inspirados en la caridad de San Francisco de Sales. Formó parte también de aquel primer grupo de jóvenes que el Santo reunió en su habitación el 18 de diciembre de 1859 y que libremente dijeron sí a la propuesta que les había hecho una semana antes. Nacía la Congregación Salesiana. Fiel a Don Bosco, caminó de su mano toda la vida. Fue un extraordinario músico y un notable educador. Inteligente y emprendedor, se doctoró en teología y acometió numerosas y delicadas empresas: fue director espiritual de Valdocco y director espiritual del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora apenas fundado por Don Bosco en Mornese de la mano de María Mazzarello. Fue, sin duda, su hombre de confianza en el acompañamiento del naciente Instituto. Pero la Providencia le tenía reservado nuevos y amplios horizontes. En 1875 Don Bosco lo enviaba a Argentina al frente de la primera expedición misionera. Dedicó sus mejores esfuerzos a los inmigrantes italianos y fundó colegios en Argentina y Uruguay. Solo tres años después, Don Bosco volvía a llamarlo a su lado para formar parte del Consejo Superior como Director Espiritual de la Congregación Salesiana. En este servicio se encontraba cuando el Papa León XIII lo nombró Vicario Apostólico de la Patagonia y la Tierra del Fuego en 1884. En treinta años de actividad como obispo fundó y organizó parroquias, iglesias, escuelas, hospitales, colonias agrícolas… y hasta cinco observatorios meteorológicos. Fue un auténtico pionero cuya aportación a la extensión y consolidación de la obra salesiana en América del Sur fue gigantesca. En 1915 fue creado Cardenal por el Papa Benedicto XV, terminando sus días al servicio de la Curia en Roma y años más tarde como Obispo de Frascati. Murió en 1926. Desde 1964 sus restos reposan en la catedral de Biedma (Argentina). Fue y será siempre el Cardenal de Fuego. Uno de los mejores hijos de Don Bosco de la primera hora.
José Miguel Núñez
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