A mediados de junio y tras una “ceremonia de envío”, en el que se les entregó un crucifijo misionero, partieron hacía sus respectivos destinos: Ecuador (5 voluntarios), Bolivia (7), Perú (5), Argentina (4), Paraguay (3), Uruguay (2), América Central (4), Guinea Ecuatorial (3), Etiopía (12), Kenia (3) y Mozambique (3). Según Sor Francis Sotomayor –salesiana de Madrid- estos jóvenes tienen “una gran inquietud social, no son consumistas y ahorran durante mucho tiempo para comprarse el billete. Tienen la inquietud de ayudar desde hace tiempo y llega el momento en que deciden hacerla realidad”. Han pasado en las zonas de misión desde un mes y medio a seis meses según su disponibilidad.Estas son los testimonios de algunos de los protagonistasfont>La decisiónfont>“Soy española, tengo 33 años, soy ingeniera de caminos y soy voluntaria porque siempre había deseado dar algo más de tiempo a gente que pudiera necesitarlo y en este momento de mi vida podía planteármelo. El año pasado, gracias a un anuncio de Madreselva en una revista de voluntariado, me decidí a conocer esta organización. Me acogieron muy bien, no había problema en que mi profesión no fuese del mundo de la educación, ni de la sanidad, ni en que no dispongo de mucho tiempo… Me incorporé a las reuniones que quincenalmente tenemos en Madreselva, con el fin de configurarnos como grupo, con el objetivo común de ayudar donde se pueda”. Rosa (Uruguay)La adaptaciónfont>“Sé que no me prodigo mucho en mensajes y en mi caso no es por falta de medios, lo que pasa es que prefiero gastar el mayor tiempo posible con todas las niñas y niños. A estas alturas seguro que todos lo comprendéis. Yo llevo aquí caso tres meses y estoy como en mi casa. (…) No os pongáis tristes en las despedidas, pensar en lo positivo que es el hueco que os habéis hecho en los corazones de los demás y el que ellos se han hecho en el vuestro”. Cosme (Paraguay)Las emocionesfont>“No es por hacer publicidad, pero Etiopía sorprende”. (…) Hicimos un pequeño viaje al sur del país. Un viaje inolvidable, solo dos días, pero muy intensos, muchas emociones. Y sobre todo unas enormes ganas de gritar “gracias”, por todo lo que estaba viendo, por todo lo que estaba viviendo en este mes y pico en Etiopía, por la gente que me he encontrado aquí, las hermanas, los voluntarios, los y las etíopes, y sobre todo los niños. Sé que me llevo de ellos un recuerdo imborrable. Como me dijo una niña hace unos días “siempre estaréis en mi corazón”. Mar (Etiopía)Por último, la impresiónfont>“Lo primero es mi nombre, Jorge, lo segundo sus ojos, lo tercero el pensamiento, lo cuarto la noche, lo quinto mi sentimiento, lo sexto su hambre, lo séptimo el contraste, lo octavo los fantasmas de la locura, lo noveno no tiene nombre. He visto cosas que desde la orilla del ser son invisibles. He visto lo que de verdad es el deseo lo que es el miedo. He visto soñar sueños maravillosos y he escuchado las historias más sencillas de mi vida, por personas cualesquiera un instante antes de lanzarse a la vida y desaparecer del anonimato para siempre. He leído en el cielo signos que no conocía y contemplado el horizonte con ojos que no creía poder. He comprendido lo que es verdaderamente la alegría. Y no sabía lo que era la piedad antes de hacer visto nuestras manos acariciando durante horas los cabellos de un niño que con fortuna no te recordará jamás. He visto la fiereza del hambre, he visto la dulzura en tus ojos (tú sabes quién eres), he visto la inteligencia de la supervivencia y he visto la magia en aquellos críos que un día abrieron sus alas y se marcharon volando, por el cielo. Aunque viviera mil años más, “amor” sería el nombre del leve paso por Zway, entre mis brazos, antes de deslizarse por los rincones sin barrer de mi corazón. Y “destino” sería el nombre de este lugar infinito y hermoso”. Jorge (Etiopía)

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