Quizás porque era viernes, porque eran ya las ocho de la tarde o no sé, tal vez, Señor, la juventud universitaria te veamos muy mayor ya para nuestras cosas… “ya habrá tiempo para ocuparse de esos asuntos”, dirán algunos. Talvez este mundo sea muy moderno, muy tecnológico para que lo puedas entender Tú (Jesús)… ya ves, estás a 2000 años de distancia. Esta reflexión me surgió hace poco, cuando entré en una capilla universitaria situada muy cerca de donde se imparten las clases. Mi sorpresa fue ver cómo el lugar estaba totalmente vacío, no había nadie… No sé cuándo los jóvenes nos vamos a enterar… no se trata de caer de rodillas durante largo rato, de rezar la oración más larga. Simplemente ese Amigo que vino al mundo como hombre y como Dios, que se hizo uno de nosotros, que experimentó el tener un corazón joven y que a pesar de eso quiere continuar de una forma especial a nuestro lado. Tal vez la juventud universitaria además de la comprensión de las diversas teorías de nuestras carreras, de la utilización de complejos programas informáticos, deberíamos entender la teoría y práctica del Pan y el Vino: sería bueno que de vez en cuando fuésemos a la casa del Amigo, al Sagrario, que es el espacio de escucha que tanto necesitamos, de renovación de fuerzas, de confianza, de apoyo incondicional, cosas que todas y todos necesitamos y echamos tan en falta durante los años de la carrera, en la búsqueda del primer empleo y en diversas circunstancias de la vida en la Universidad… Sería una lástima que anduviésemos agobiados, a veces sin rumbo, con miedo y rechazásemos una luz siempre viva y ardiendo por nosotros. Dice una canción “hay un corazón que late, que palpita en el sagrario, un corazón solitario que se alimenta de amor. Es un corazón paciente, es un corazón amigo y camina en el olvido: el corazón de tu Dios”.
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