Llevo varios años como catequista de niños y siempre me pregunto como es el encuentro de los niños con Jesús, cómo viven lo que aprenden a través de la catequesis en su familia, en los estudios, si en el partido juegan respetando a sus compañeros, si más que recordar de memoria lo de “honrarás a tu padre y a tu madre”, se sirven de ellos en las dificultades que les surjan y les dan cariño; si “aman al prójimo” en el compañero de clase que está en una silla de ruedas o en el que es de otro país. A veces, vienen cansados de todas las actividades que realizan. Pese a ello, me alegra comprobar que perseveran en la catequesis. Esto sólo se lleva a cabo cuando sienten una verdadera amistad con Jesús. Él sabe llamar su atención y el niño aprende a quedarse un ratito con Él. De esta forma le conocen y le aman. En la hija enferma de Jairo (personaje bíblico) descubren que Jesús esta cercano a ellos: Él los sana en el alma y en el cuerpo. Como los niños que comieron en la multiplicación de los panes y los peces se sienten llamados a multiplicar amistad, ilusión, bondad… Constato como aprenden a encontrarse con el necesitado y aquello de “si te sobra una capa dásela al que no tiene”, lo interpretan trayendo ropa o alimentos a Cáritas… También asisten admirados a un Espíritu Santo que hace que los amigos de Jesús sean valientes ante la vida, o descubren a una Madre en el cielo que les cuida. En el fondo, percibo como los niños saben acoger a Jesús y experimento que ellos son hermosos instrumentos para catequizarme, favorecer mi propio encuentro, el de sus familias y el de otros niños con Jesús.

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