Caso 2: Ana esta botando en el sofá. Su madre la regaña. Ana se enfada ¡Dejameee! Su madre se marcha con gesto impotente, mientras su padre contempla la escena impasible. Poco después, está jugando con un pariente adulto. Pese a que el ruido era menor, el padre pega una voz ¡Te callas o te parto la cara! Acobardada, abandona la actividad. La madre adopta una postura de resignación. Muchos niños saben que les basta enfadarse mucho, para conseguir lo que quieren. ¿No es más cómodo darle un euro que aguantarle una rabieta? ¿No es más cómodo darle la comida que pelearme por que coma? A la larga no es cómodo. Cuando son adolescentes no basta con un euro. Además si cedemos a todos sus caprichos se volverán caprichosos; el día de mañana, querrán que todo gire a su antojo, haciendo sufrir a los demás con sus caprichos y siendo rechazados por su egoísmo; lo que les llevará a la frustración. El padre sí pone límites, pero es incoherente: La regañina no depende de la conducta sino del humor de su padre por lo que no se aprende qué conductas son adecuadas. Incluso decimos que se calle gritando lo que es un contrasentido. Es además hostil; la niña aprenderá a evitar ciertas conductas, no porque entienda su ilicitud, sino por miedo a la reacción de su padre. Al crecer puede seguir con miedo volviéndose una persona insegura o llevarla a una rebeldía violenta.
No hay Comentarios