El pasado 19 de noviembre se celebró en Roma y todo el mundo la “I Jornada Mundial de los Pobres”, instituida por el papa Francisco como fruto del Jubileo de la Misericordia concluido el año pasado. Todos recordaremos la primeras palabras que Francisco, recién elegido Papa, comentó en su primer encuentro con los periodistas en San Pedro: “Algunos no sabían por qué el Obispo de Roma ha querido llamarse Francisco. Algunos pensaban en Francisco Javier, en Francisco de Sales, también en Francisco de Asís. Les contaré la historia. Durante las elecciones, tenía al lado al arzobispo emérito de San Pablo, y también prefecto emérito de la Congregación para el clero, el cardenal Claudio Hummes: un gran amigo, un gran amigo. Cuando la cosa se ponía un poco peligrosa, él me confortaba. Y cuando los votos subieron a los dos tercios, hubo el acostumbrado aplauso, porque había sido elegido. Y él me abrazó, me besó, y me dijo: «No te olvides de los pobres». Y esta palabra ha entrado aquí: los pobres, los pobres. De inmediato, en relación con los pobres, he pensado en Francisco de Asís. Después he pensado en las guerras, mientras proseguía el escrutinio hasta terminar todos los votos. Y Francisco es el hombre de la paz. Y así, el nombre ha entrado en mi corazón: Francisco de Asís.
Para mí es el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y custodia la creación; en este momento, también nosotros mantenemos con la creación una relación no tan buena, ¿no? Es el hombre que nos da este espíritu de paz, el hombre pobre… ¡Ah, cómo quisiera una Iglesia pobre y para los pobres!”. Este deseo nos recuerda también aquellas palabras del papa San Juan XXIII en el radiomensaje del 11 de septiembre de 1962 un mes antes de la inauguración del Concilio Vaticano II: “la Iglesia se presenta como es y como quiere ser, como Iglesia de todos, en particular como la Iglesia de los pobres”. Esta permanente memoria de no olvidar a los pobres es el motivo que bajo el lema “No amemos de palabra sino con obras” ha congregado esta I jornada en toda la Iglesia. El Adviento y la próxima Navidad será la ocasión para revisar nuestro corazón y dejar espacio para que esa “mentalidad mundana” –en palabras del Papa– no nos cierre nuestros oídos ante el grito del pobre que está a nuestro lado.
Leonardo Sánchez Acevedo
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