Don Bosco hablaba de un modo sencillo y directo. Cuando volvemos a escuchar algunas de sus palabras nos sorprenden. Hoy que tantos remilgos hacemos a las verdades dichas sin un bonito papel de regalo. O tan buena disposición mostramos a las mentiras envueltas en el mismo papel. Una vez afirmó, porque lo sentía: "El triunfo de los malos se debe a la cobardía de los buenos". Todos, precisamente porque no somos filósofos, sabemos lo que quería decir. Aunque no dijese "hijos de la luz e hijos de las tinieblas". Que son palabras que traen la belleza de la metáfora pero, sobre todo, la dureza tajante del acero que el pacífico “Maestro Armero” vino a traer. San Agustín escribía: "Da vergüenza no ser sinvergüenza". Y si más que una consigna, es una ley de vida o una enfermedad de nuestro tiempo, es fácil descubrir a cuántos nos ahorma. Y con qué facilidad la acatamos. O con qué gusto nos dejamos contagiar.. A Bettino Ricasoli, presidente del Consejo de ministros italiano en 1866, con sede en Florencia en aquellos años, don Bosco le dijo antes de aceptar la silla que le ofrecía: "Excelencia, ¡sepa que don Bosco es sacerdote en el altar, sacerdote en el confesionario, sacerdote en medio de sus muchachos, sacerdote en Turín y sacerdote en Florencia, sacerdote en casa del pobre y sacerdote en el palacio del Rey y de sus ministros!". No tenía precisamente caparazón de caracol. Pero menos aún vocación de babosa. Es fácil vernos, y ver a muchos, culebreando como babosas en medio del culebreo de los que tememos que nos pueden morder. Nos importa el bienestar. Y usamos el “sí” para nosotros mismos donde muchas veces sabemos que no cabe sino un “no”. Pero así encontramos un poco de bienestar. Nos cuesta decir “no” cuando educamos, a pesar de que estamos convencidos de que con muchos de nuestros síes no educamos. Pero concediendo, contemporizando, claudicando, abdicando… diciendo "ya eres mayorcito, sabes bien lo que debes hacer", nos dejan en paz y… encontramos otro poco de bienestar. Rechazamos que nuestra actitud en la educación de los hijos sea un dictadura. Y lo hacemos pactando para la familia esquemas, actitudes y conductas de democracia. Es decir, caemos en el pozo sin fondo de creer que el don divino de la familia se rige por principios políticos. Y olvidamos el difícil, arriesgado y doloroso cometido divino de amar. Los que saben, esperan y desean escuchar, después de que se descorra el último telón, una voz que les diga "¡Venid, benditos de mi Padre…!", no pueden vivir preparando el "¡No os conozco!" lógico para quienes, mientras hacían el camino, no supieron escuchar esa misma voz que les pedía: "¡Sed mis testigos!". Cristo nos pide claramente un “sí” o un “no”. Y que sirvamos a un sólo señor. Eso nos hará testigos de ese Señor. O mártires, que es lo mismo. Sin extrañarnos de ser lo que fue nuestro Hermano. O lo es nuestra Madre, la Iglesia, su Cuerpo vivo y sufriente hoy. Lo demás, tirar adelante creyendo y queriendo ser cristiano sin serlo y sin transparentarlo, será ir trampeando con el "padre de la mentira".
Alberto García-Verdugo
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