Queridos amigos:
Un año más celebramos el misterio de la encarnación del Hijo de Dios, la bajada al mundo del amor, de la gracia, de la salvación. En el mismo momento de la anunciación, cuando la Palabra de Dios comienza a hacerse carne y sangre humana, comienza el misterio de amor del Dios hecho hombre. Y cuando una muchacha nazarena da a luz en Belén, siguiendo las leyes de la naturaleza humana, se manifiesta con toda su fuerza y esplendor.
El Hijo de Dios baja del cielo hasta el corazón de la tierra. Desciende para poner su choza entre los hombres; cambia la vecindad de Dios por la nuestra. Como no se puede amar desde la distancia, como es necesaria la cercanía, baja Dios a donde vivimos los humanos. Viene a envolvernos y acogernos con el mismo amor con el que el Padre le ama y Él ama al Padre. La acampada de la encarnación es la epifanía del nuevo amor, de la fraternidad, de la justicia y la solidaridad, de la paz y la misericordia.
Por eso, la hora del nacimiento de Jesús marca el comienzo de la alegría del mundo. Y la alegría anunciada se concentra sencillamente en estas palabras: “Hoy os ha nacido el Salvador”. Ha llegado a su fin el tiempo de la espera. Se han cumplido las promesas. Ha nacido el Salvador, el Mesías, el Señor. Es la alegría comunicada a los pastores y es también la gran alegría que los cristianos tenemos que anunciar. La gracia, el amor, la salvación de Dios inunda nuestra vida de alegría. Si no hay gozo y alegría en los creyentes es que quizá no ha llegado todavía a nosotros la salvación de Dios.
Esta alegría es la que anuncia cada año el mensaje de felicidad de la celebración de la Navidad. Unos a otros nos deseamos felicidad, deseándonos que el amor, la salvación, la paz del Señor, llegue verdaderamente a nuestra vida y a nuestro mundo. Amigos, para todos, los mejores deseos de felicidad y de paz en esta Navidad.
Eugenio Alburquerque Frutos
Director
No hay Comentarios