Queridos amigos, Los acontecimientos vividos en los primeros días de abril, será difícil que los olvidemos en mucho tiempo. Me refiero al fallecimiento del Papa Juan Pablo II el día 2 del mes pasado, y a la impresionante y sentida reacción de tanta gente: católicos, cristianos y de otras religiones, no creyentes, gobernantes, antes y después de su muerte. Entre estas personas, seguro que hemos estado todos nosotros. Juan Pablo II se ha merecido, sin duda, nuestra gratitud. Por muchos motivos, hemos de considerarlo un Papa excepcional y extraordinario. Como decía el Rector Mayor en su testimonio, la Familia Salesiana debe estar agradecida al Santo Padre por el cariño y la cercanía que, en repetidas y concretas ocasiones, nos ha mostrado, y, además, por el ejemplo a seguir que nos ha dejado, especialmente, en cuanto al compromiso que tenemos este año de rejuvenecer el rostro de la Iglesia que es la Madre de nuestra fe. En efecto, Juan Pablo II –dice don Chávez-, “ha amado a la Iglesia como se la debe amar, gastado todas sus energías por ella. Él ha rejuvenecido a la Iglesia porque ha creído en los jóvenes, les ha convocado en todas las partes del mundo, ha sabido hablarles de Jesús y les ha indicado metas altas que alcanzar”. En relación con el tema central del Boletín de este mes de mayo: la comunicación o el diálogo dentro de la familia, el Papa fallecido puede servirnos también de guía. Para el diálogo entre padres e hijos por ejemplo, tenemos en él un espejo en el que mirarnos. Efectivamente, amigos, como su admirado don Bosco, Juan Pablo II ha sabido sintonizar y ganarse inmediatamente a todos cuantos han entrado en contacto con él, sobre todo los jóvenes. ¿Dónde estaba el secreto? –nos preguntamos. Sin duda que en el afecto demostrado; demostración que se hacía posible gracias a la familiaridad que, entre el Papa y los jóvenes, se establecía siempre en los encuentros que tenían lugar en cada uno de los viajes realizados a lo largo y ancho del mundo, o en las Jornadas Mundiales de la Juventud que él instituyó. Por cierto que esto de la familiaridad, clima, ambiente o espíritu de familia nos debe sonar, ¿verdad? Se trata de un aspecto clave en nuestra espiritualidad y pedagogía: el sistema preventivo. “Sin familiaridad no se demuestra el amor y, sin esta demostración, no puede haber confianza. El que quiera ser amado hace falta que haga ver que ama”, decía don Bosco. Pues bien, mis buenos amigos, he aquí la senda por donde podemos y debemos caminar en las relaciones dentro de nuestra familia: crear el clima que favorezca la comunicación profunda, el diálogo a todos los niveles en nuestra familia. “En un clima de mutua confianza –decía también don Bosco en la Carta de Roma de mayo de 1884 sobre el espíritu de familia- se siente la necesidad y la alegría de compartirlo todo, y las relaciones se regulan no tanto recurriendo a la ley cuanto por el movimiento del corazón y por la fe” (MBe XVII, 100-106). A conseguir que nuestra familia llegue a ser un lugar de relaciones enriquecedoras, donde se viva la atención recíproca, la preocupación por la persona del otro, la acogida incondicional y el diálogo auténtico y la comunicación profunda entre las personas y con el Señor, nos ayudan el Espíritu de Jesús Resucitado, don Bosco y María Auxiliadora. Habremos alcanzado la meta última de toda comunicación: la comunión. Con mi afecto y oración,
Pablo Marín, director
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