Dio vida, no solo a sus diez hijos o a los niños a los que ayudó a nacer en Valberzoso, su pueblo natal, sino también a todos los que compartieron con ella sus últimos años. Faltaba menos de un mes para celebrar su centenario. Su familia se afanaba en preparar una fiesta sencilla y familiar para celebrarlo. Querían dar gracias por sus 100 años de entrega generosa, de cariño a su familia y a tanta gente a la que hizo el bien. No dio tiempo. Falleció el día 24 de marzo, conmemoración de María Auxiliadora y, este año también Jueves santo. ;font color=#CC0000>Cercanía y admiración;/strong> Tadeo Martín, salesiano destinado en Roma e hijo de Emiliana, ha retratado a su madre con estas palabras para el Boletín Salesiano: Tan sólo han faltado 26 días para que Emiliana pudiera celebrar aquí en la Tierra su centenario (18 de abril 1905-2005) rodeada de “todos los suyos”. Cien años de duro trabajo y mucho amor, de abnegado servicio y plena dedicación a todos los que estaban a su lado. Toda una vida haciendo de madre pues nada menos que a los seis años ya quedó huérfana de la suya y tuvo que suplirla ante sus propios hermanos. Casada con Tadeo dio vida, cuidó y educó a diez hijos, ocho de los cuales la han acompañado el día 24 de marzo. Como quien espera el momento definitivo de la despedida, el día 23 expresaba frases como "pido perdón a la familia Martín y a la familia Montes por si en algo os he ofendido”, "¡queridos hijos, llevaos bien!", … y al finalizar con toda consciencia y devoción la Unción de los Enfermos repite una frase que ha sido casi un soniquete a lo largo de toda su vida "¡que sea lo que Dios quiera!". Esposa, madre, amiga y vecina ejemplar ha sabido santificar su trabajo de cada día con la oración constante, el vivir en la práctica la devoción a la Virgen, no sólo con el rezo diario del rosario, sino imitándola, y hasta llevando el hábito de la Virgen del Carmen, con el que quiso ser amortajada. Y aunque estaba a las puertas de los cien también se puede decir, con don Filiberto, que “las madres, siempre mueren antes de tiempo”, pero desde el cielo siguen ejerciendo …. Aunque casi todos estaban preparando la celebración de su centenario, Dios se les adelantó en la celebración de su "Pascua", nada menos que muriendo el Jueves Santo y "resucitando" con Cristo el Sábado de Resurrección rodeada por “todos los suyos” entre cánticos de esperanza y emoción apenas contenida, rindiéndole un “¡homenaje que durará toda una eternidad!”. Si puede ser… este poema va en un cuadro a parte: Carlos Garulo, salesiano, quiso homenajear a Emiliana con esta poesía, preparada para celebrar los cien años que finalmente no llegó a cumplir. ;font color=#CC0000>Retrato centenario con la cornisa de Valberzoso;/strong> A Emiliana Montes El valle, en su costumbre de silencio, tiene su claustro abierto sólo al cielo, dispuesto a revelar su intimidad más profunda. Él, cómplice, contiene su respiro. Nosotros, las campanas. Tu repujado rostro en su cansancio expresa las ganas de vivir ya eternamente: exilio del hogar, patria definitiva. Pero ahora no hay prisa, si en cien años de llamadas nunca supo tu puerta. Si de mí dependiera, yo te haría de carne eterna haciéndote por siempre parte de este paisaje en el que habitas. Pero no tengo prisa ni poder en mis manos. Sólo quiero que estallen las campanas de gozo cuando en abril, el día dieciocho, nos anegue aún de dicha tu presencia. Tú no lo sabes bien, más mientras tanto las campanas ensayan muy quedo por las noches. Intenta por su parte mantener viva tu alma en días que no son hospitalarios con el cuerpo, en horas que vuelan lentamente para tu gusto y genio. Pero no tengas prisa. La lluvia que ha caído tantas veces sobre su tierra fértil hará nuevos milagros en el bosque que tu fecundidad ha puesto en pie y cuidado con esmero: la paz que dulcifica los discursos de las ausencias largas, cuando median los afectos y credos que ya no usan palabras. Dejarte ir a ti misma donde dices te esperan, para que tú, en tu gozo, nos aguardes. Pero no se te ocurra la partida antes de que toquemos para ir y para el Amo las campanas.
Tadeo Martín
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