Desde hace ya varios años la presencia de voluntarios –fundamentalmente italianos- es una constante en las casas salesianas. Yo, periodista de profesión, llegué hace cuatro meses a Mekanissa, una misión salesiana situada en el barrio del mismo nombre, a las afueras de Addis Abeba. Trabajo como animadora y educadora en el oratorio al que acuden cada día más de doscientos niños, de cuatro a dieciséis años. Aquí reciben educación, comida y juegos. El modelo de don Busco en Etiopía se convierte en un híbrido de escuela, centro asistencial y club de tiempo libre. No faltan ni el cine ni el teatro. Teatros hechos por niños con la ropa hecha jirones, películas seguidas con pasión por decenas de chavales que viven como pueden en este barrio, fruto de la inmigración campo-ciudad por las sucesivas hambrunas que, desde hace décadas, vienen sacudiendo el país. El hambre aquí no es sólo de comida. Sino también de saber, aprender, divertirse o encontrar un futuro distinto al que por nacimiento les fue asignado. Llegan aquí enfermos, analfabetos, tristes. Poco a poco, de la mano de Donato Galetta encuentran que la vida no se acaba en un plato de injeera –la comida más característica del país-, que su vida puede ser distinta. Y se descubren soñando que pueden ser maestros, enfermeras, peluqueros… o salesianos.
Teresa López
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