Lo que es cierto para la educación, es aplicable con mayor razón a la difícil tarea de la evangelización. Es fácil leer – aunque se escribe francamente poco- sobre evangelización a través de la música. Soy de las convencidas de la fuerza impresionante que tiene la música tanto para evocar y generar experiencia como para invitar a la reflexión. Y esto sirve también para la experiencia religiosa y la reflexión cristiana. Sin embargo, creo que sobre este tema habría mucho que matizar. Evangelización a través de la música, sí, pero, ¿de qué tipo de evangelización estamos hablando? He ahí la cuestión. No es posible en unas pocas líneas resolverla, ni lo pretendo. Pero sí que nos situemos ante estas y otras muchas preguntas, porque de la respuesta depende, al menos, parte de nuestro quehacer pastoral: ¿Cómo integramos la música en nuestra tarea pastoral?, ¿sabemos encontrar lo que de evangélico tiene la música actual?, ¿valoramos a los variados autores y géneros musicales que existen en el panorama nacional de la música cristiana?, ¿los apoyamos con un consumo responsable, ¿qué hemos hecho de la música en nuestras comunidades? Y lo que es peor: ¿qué hemos hecho por la música (en favor de niños, jóvenes y adultos) en nuestros ámbitos eclesiales? Estas y otras muchas cuestiones me surgen a borbotones cuando me asomo a este asunto. Pero lo que está claro es que no se puede prescindir de la música si queremos hacer una labor de evangelización significativa con los jóvenes. La música es su pareja estable y visto que mantenerla al margen, ignorarla o rechazarla, no ayuda ni a una educación en la fe ni a una integración en la vida de la Iglesia, deberíamos esforzarnos por acoger y valorar adecuadamente esta apasionada relación que parecería casi indisoluble.
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