La cultura occidental ha hecho del «mercado» una de sus características más importantes: todo se vende y se compra. Continuamente nos vemos sumergidos en una vorágine de ofertas. Desde los medios de comunicación estimulan nuestras necesidades para que nos convirtamos en consumidores. A fuerza de vivir en este ambiente, terminamos por creer que tras los múltiples objetos que compramos, también adquirimos los valores profundos de la existencia: la fiesta y la alegría, el amor y la ternura, la solidaridad… Pero no es así. La dimensión económica es tan sólo un aspecto del ser humano. Existen múltiples facetas y resonancias internas que van más allá de lo económico. Los chicos que asistían al Oratorio de don Bosco eran pobres. No disponían de medios económicos. Sin embargo, en aquel ambiente encontraban motivos para crecer en profundidad y ser felices. La alegría y la fiesta, la paz interior, la convivencia y la amistad, la ayuda solidaria… eran elementos gratuitos con los que don Bosco sustentaba su obra. El tiempo libre es oportunidad para descubrir vivencias que no pueden ser compradas porque tienen su origen y razón de ser en el interior de la persona: la fiesta sencilla, la alegría, la paz interior, el encuentro en amistad… En el tiempo libre brota también el voluntariado: ofrecer gratuitamente nuestra persona, nuestro tiempo y nuestras habilidades para la construcción de un mundo más justo y solidario; ayudar a quienes más lo necesitan sin esperar nada a cambio.
José Joaquín Gómez Palacios
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