Hace ya bastante tiempo que saltaron las alarmas. La preocupación por el mundo adolescente es hoy muy fuertemente sentida por padres y educadores. El periodo de edad que va desde los doce a los dieciséis años, que entre nosotros coincide con la etapa educativa de la ESO, se está convirtiendo en el periodo más problemático e inquietante. A la incertidumbre e inseguridad propios de la adolescencia se suma ahora el laberinto de experiencias que atraviesan, el desvanecimiento de ideales, el desencanto y desconcierto vital. Fenómenos como el “botellón” o el “bullying” no pueden menos que resultar significativos. Banalización de la sexualidad;/strong> Recientemente la fundación FAD (Fundación de ayuda contra la Drogadicción) junto al Instituto de la Juventud (INJUVE) han realizado un estudio sociológico sobre “jóvenes y sexo”. Sus conclusiones inquietan e interrogan en profundidad a cuantos tenemos una responsabilidad educativa. El estudio confirma que los adolescentes españoles tienden al sexo ocasional sin barreras ni compromiso. No entienden ni aceptan una virginidad prolongada más allá de los dieciocho años. Se banaliza el sexo y se banalizan incluso los riesgos de las relaciones sexuales, del mismo modo que se han banalizado los riesgos del alcohol o de las drogas, cuyo consumo se ha disparado entre los chicos y chicas entre catorce y dieciocho años. Cercanía y acompañamiento;/strong> ¿Qué pensar, qué decir y responder ante tal situación? Quizás lo primero de todo sea la necesidad de llegar a conocer, de verdad, la situación real que viven los adolescentes concretos con los que vivimos y convivimos: nuestros propios hijos o nuestros alumnos. ¿Los conocemos realmente? ¿Conocemos su vida y sus actividades del finde? ¿Sabemos algo de sus formas de divertirse, de su consumo del tiempo de ocio? Después se abre el reto de la intervención desde la cercanía y la empatía, pasando de una actitud de suspiros, lamentos y amargura, a una actitud preventiva de acompañamiento sereno. No es posible una intervención educativa positiva en los adolescentes sin conocer su mundo y entender lo que les pasa. Y no podemos olvidar nunca que buena parte de las claves interpretativas de su mundo, tenemos que buscarlas en el mismo contexto social. No parece lógico ni justo demonizar el consumo y banalización de la sexualidad entre los adolescentes, cuando este es el clima social en que nos movemos. Desde el contexto socio-cultural y, ciertamente, también desde su propia condición de adolescentes podemos acercarnos a su vida y a su mundo, a sus inmadureces, desajustes y desequilibrios, manifestación -¡tantas veces!- de una identidad todavía no lograda y expresión del propio desarrollo evolutivo, en modo alguno estable y definitivo. Lo mejor que los adultos podemos hacer por los adolescentes en esta etapa de encrucijada vital que atraviesan entre tantas zozobras, es ayudarles en ese proceso lento y fatigoso de llegar a convertirse en personas. Porque estos adolescentes del piercing, del móvil y del disc-man, situados ante el abismo de la droga, del alcohol o del sexo, llevan dentro de sí todo lo necesario para lograrlo.
Eugenio Alburquerque
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