Mi primer día en la Ciudad de los Niños fue al tercero de haber llegado el día 2 de julio. Nuestro trabajo consistía en cubrir la plaza del profesor de Educación Física (que se había ido) hasta que en septiembre enviaran un sustituto. Por la tarde, ayudábamos a la señorita Paty y a la señorita Imelda en los grupos de apoyo que ellas llevaban. Por supuesto que, también, nos hacíamos presentes activamente en otras actividades que los chicos realizaban antes y después de la cena: en los juegos, en el tiempo de estudio, en las “buenas noches” y en las cabañas cuando se iban a dormir. Creo que nunca me he sentido tan feliz como durante esos días. Es verdad que el trabajo era agotador, pero eso no importaba en comparación con todo lo que recibíamos de los muchachos y de la comunidad salesiana. Agradezco a JTM que me diera la oportunidad de poder vivir estas experiencias; a la comunidad salesiana de la Ciudad de los Niños todo lo que nos han enseñado; al padre Mario Aldana, por su paciencia, comprensión, cariño y afecto. También agradezco a Eduardo, mi compañero, amigo y guía, todo lo que me ha apoyado, ayudado y escuchado durante este tiempo. Pero, sobre todo, doy las gracias a todos y cada uno de los muchachos de la Ciudad de los Niños. Cuando entras en un mundo tan diferente al tuyo, un mundo en el que los valores se encuentran muy degradados, donde la estructura familiar apenas existe y en el que se ha sufrido tanto, es difícil creer que pueda haber hueco para la esperanza, la alegría y la ilusión. Pero qué maravilloso es comprobar que uno está equivocado y que gracias a Dios, que es quien nos guía en esta vida, la esperanza, la alegría y la ilusión existen en la Ciudad de los Niños de Santa Ana, en El Salvador.
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