Ante el deseo del Principito de jugar con su nuevo amigo el zorro, éste le hace una apreciación: “No puedo jugar contigo. No estoy domesticado. (…). Si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo…”. Compartir un mundo común te domestica, te invita a crear lazos. Dialogar acerca, convivir une. Durante el Parlamento de la Religiones una niña supo recoger este sentimiento en una frase que colocó en un panel de reflexiones: “Dios no hace basura, tú eres importante para mí”. Yo no sé si se puede decir más claro. El zorro del Principito sigue apuntando: “Si me domesticas mi vida se llenará de sol”. El cardenal Mercier concretaba: “…para amarse hay que conocerse, para conocerse hay que encontrarse, para encontrarse hay que buscarse”. Son pasos lógicos. El Principito sigue ese camino: busca, encuentra, conoce y ama. Y es por eso que su amistad se vuelve una fiesta, ahora sí puede jugar con el zorro. El diálogo de religiones y de culturas, cuando supone un encuentro y no una carga, se torna fiesta, se llena de sol (o así debería ser). Y en toda fiesta se comparte, se invita a participar. Mi fiesta es la tuya porque Dios no nos ve como basura. Lamentablemente se le hace poco caso a san Pablo cuando exhortaba: “no entristezcáis al Espíritu…”. Una religión triste no es de Dios.
Elena Carrasco
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