Había mueca de afecto en su cara envejecida. Una mueca de afecto dirigida a algo o a alguien entrevisto en una esquina de la calle. Cruzó la frontera de las plantas y se acercó a lo que tanto afecto y cercanía daba a Cesarina Artesana, la fundadora del Sindicato Católico de Modistas de Turín. Un viejo cura, flaco, vestido bicolor, algo barbado o mal afeitado, con uñas medio mordidas y zapatones remendados, un bolsón de dril en su mano derecha, los oídos llenos de silbidos de tren –dicen que cubrió 86.500 kilómetros- en los ojos amarillos y blandos, sonrisas de cansancio, confiado en que alguien tendría interés en acrecentarlo.- ¡Don Rua, qué sorpresa! –dijo Cesarina.- ¿Cómo va nuestro sindicato?- Digamos que bien, gracias a Trione, Barberis…La lengua de Artesana empujaba cortesías a través de la brecha dental enmarcada en algún diente postizo.- ¡Adelante sin miedo, Cesarina! ¡Su obra es santa y Dios está con usted!- Gracias, padre.- Por cierto, nuestra casa de Giaveno y la de Varazze siguen a su disposición para las colonias de sus muchachas.- No sé cómo agradecérselo.- Ayer se aprobó la Ley Luzzatti, protegiendo el trabajo de la mujer y el de las menores ¿Lo sabía?Cesarina se adelantó unos pasos para recoger el aviso confidencial con la oreja inclinada hacia los labios de Rua. Al regresar, su rostro había recuperado una sonrisa de anuncio. Por fin, se suprimía el trabajo nocturno, se imponía el descanso semanal y se organizaba la inspección del trabajo. Y, por fin, se fundó la Mutualidad de jóvenes obreras católicas y por fin, las injusticias contra los derechos de la mujer se vendían en minutos y por palabras. Genial este Miguel Rua, encofrado en cemento, acero y leyes, pero con espíritu de puentes y de cercanías.- Ah, Señor Don Rua, se me olvidaba decirle.- ¿El qué, hija?- Que las chicas del Sindicato celebraron el martes de carnaval con un baile.- ¿Con un baile, Cesarina? ¿Agarrado?- Muy decente, padre. Fue entre las modistillas y las chicas bien de Turín.- ¿Ah, pero hay chicas mal, Cesarina?Desde entonces Miguel Rua se juró que nunca más pasaría de Cesarina, del Sindicato, de la Mutualidad, de las modistillas. Que recuperaría sus nombres y apellidos, la sonrisa en los labios de sus acampadas y el respeto en los ojos de sus bailes.
Francisco Rodríguez de Coro
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