El rojo es el color más animado, lleno de vida, de atrevimiento… Y la gratuidad es así: supone una entrega que nace del amor. Es un valor a la baja en el actual panorama utilitarista, que sólo es posible si se entiende desde parámetros culturales alternativos. Ser voluntario significa actuar emocionalmente, dando paso a las intuiciones o sentimientos en el planteamiento o solución de un problema. Tres reflexiones que pueden ayudar a cotejar tres tonalidades: ;img src=Marcas/RomboR.gif> Las esencias de la cultura de la gratuidad son la entrega personal, la lucha por la dignidad de la persona y la construcción de otro tipo de sociedad. Algo muy alejado de cualquier distinción, descuento económico o ventaja por el hecho de ser voluntario. Su comprensión requiere de dualidades: la donación o la compensación, dar o recibir, servicio o recompensa justificada… Hay quien considera que la gratuidad no necesita contraprestación y hay quien sí. Es cierto que no es un acto desinteresado, pues todo acto humano responde a un objetivo, a una motivación. Quien da siempre recibe. Quien siembra, recoge. Quien ayuda a otra persona en su dignificación quiere alcanzar unas metas. ;img src=Marcas/RomboR.gif> La gratuidad es también una energía que nos anima. Hoy todo está homologado por el valor de la cantidad. Vivimos desde la satisfacción, donde los indicadores son el precio, el dinero o un espíritu argumentado desde la estética, la estadística, la bondad del certificado… Los cristianos (y los que no lo son) tenemos como principal fuente de energía el compromiso de la opción preferencial por los más pobres. Ellos fueron siempre los preferidos de Aquél que dio su vida por todos. Y no olvidemos que la dio voluntariamente. ;img src=Marcas/RomboR.gif> El estímulo del voluntariado es la generosidad. Lo gratuito es una condición que reviste de belleza la misma acción. Conlleva un componente afectivo que trasciende a lo tangible, a nuestro conocimiento. Reside en demostrar cada día interés por las personas, por su bien. Ver el rostro feliz de las personas a quienes acompañamos y que esperan con impaciencia nuestra presencia, que les habla de esperanza y de ilusión.
Gustavo Esteve
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