En la vida cristiana se nos presentan retos en los que concentramos muchas energías. Uno puede ser el de la familia. La familia es una institución que condiciona mucho cualquier realidad social. De la mayor o menor calidad de la familia depende la paz social y el bienestar de las personas.
En cualquier parte del mundo, uno de nuestros objetivos prioritarios es la apuesta decidida por una familia estructurada y de calidad. Lo que hacen los misioneros en este campo puede iluminar a los otros grupos de la Iglesia. Su oferta por mejorar lo que encuentran ofrece soluciones válidas para la institución familiar.
Un misionero en África comentaba cómo le llamó la atención contemplar en un aeropuerto el cariño con que una “segunda mujer” cuidaba de sus hijos y de los hijos de la primera esposa de su marido. Recordaba también la foto de un periódico con las cuatro esposas de un señor joven y con dinero y la cara de circunstancias que tenían estas mujeres. Terminaba refiriéndose a la poligamia tradicional de la zona rural. Iluminaba este triple cuadro una afirmación de Leopoldo Sedar Senghor, literato y presidente de Senegal: “África no progresará hasta que no destierre tres grandes males: el analfabetismo, el tribalismo y la poligamia”.
En esta complicada realidad de África, los misioneros, tantas veces jugándose la vida, se encuentran en primera línea. No se cansan de ofrecer soluciones que mejoran la vida de los pueblos a los que están sirviendo. Su trabajo nos ayuda a comprender como en la familia es posible dar pasos adelante. Agradecemos lo que nos enseñan y sabemos que la ayuda que les prestamos termina siendo definitiva.
Eusebio Muñoz, sdb
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