Tenemos sed de Dios y necesitamos espacios de encuentro con el Misterio. Se requiere una adecuada educación en la oración personal y comunitaria, en las actitudes del silencio y la contemplación; en la gratuidad y en la acción de gracias; en el conocimiento personal y de la propia trayectoria de salvación. Es un elemento básico en la estructuración de una personalidad cristiana robusta junto al acompañamiento personal respetuoso y cualificado. «La Biblia leída y rezada, en particular por los jóvenes, es el libro del futuro continente europeo» (C. M. Martini). En este contexto es básica una iniciación sapiencial a la Palabra de Dios. Puede ser que ocurra como al etíope, funcionario de la reina de Candaces mientras iba de camino leyendo el rollo de Isaías, en el encuentro con Felipe: –¿Entiendes lo que lees? –¿Cómo puedo entender si nadie me hace de guía? (Hch 8, 26-40). La fuente y culmen de la vida cristiana es la Eucaristía. El centro que construye y edifica la Iglesia, el memorial permanente de su entrega por amor y la presencia de Jesús en medio de los suyos mientras van de camino. Los cristianos no podemos vivir sin el domingo. Y a la Eucaristía se inicia en la catequesis y se profundiza en la comunidad cristiana y en la vida cotidiana. Ahora bien, es necesario saber adaptarse a los destinatarios, modular los lenguajes, dentro de la experiencia de atención a la diversidad y el respeto y la dignidad de un Misterio que nos supera.
Javier G. Monzón
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