Hace unos meses, tal vez lo recuerden, un programa de televisión fue censurado y su emisión prohibida. Una entrevista que Jesús Quintero hizo al periodista deportivo José María García no pudo ser emitida. Al parecer, García lanzaba gruesas descalificaciones contra personajes públicos de una cierta notoriedad. La noticia fue sonada; hacía muchos años que nadie censuraba nada en la tele y que cada cual –si tenía medios, claro- podía decir y hacer en ella lo que creyera. Así vimos, por ejemplo, a Javier Krahe haciendo un programa gastronómico en el que un crucifijo era el ingrediente fundamental para un plato exquisito. Cosas que pasan.Lo cierto es que el programa en cuestión no se emitió. Quintero dimitió, García dio varias ruedas de prensa y ahí acabó todo. Yo, que siempre he creído que tiene que haber una comisión plural que controlé los medio de comunicación, no acabé de entender cómo se podía ser tan estricto con Quintero y tan tolerante con Krahe. Pero desde hace un tiempo, y por novena temporada consecutiva, se nos ha colado en las pantallas, las tertulias y las vidas, el programa Gran Hermano. Y, puesto que la audiencia manda, las situaciones son cada vez más escabrosas. El término Gran Hermano se inspira en la novela que George Orwell publicó en 1949. En la novela el estado omnipresente obligaba a cumplir las leyes y normas a los miembros del partido totalitario mediante el adoctrinamiento, la propaganda, el miedo y el castigo despiadado. La novela introdujo los conceptos del siempre presente y vigilante Gran Hermanoque para Orwell era una caricatura virulenta y aguda sobre Stalin. Ahora, en la tele, un colectivo de jóvenes, se encierran en una casa y juegan -como niños- a enamorarse y desenamorarse, a gritarse, emborracharse, insultarse, amarse, odiarse, besarse, arrullarse y despelotarse públicamente, manifestando una actitud absolutamente vergonzosa que sonroja a cualquier currante que tenga que madrugar, trabajar y volver cansado a casa porque cuida con ternura y responsabilidad de sus hijos.Leo el la web del programa que David le da calabazas a la enamorada Paula, que Amor en realidad se llama Amador, que Conchi es alegre, cotilla, y ferviente lectora de las revistas del corazón, que Rodrigo es un humanista, ya que fue soldado en Irak y su vocación en la vida es ayudar. Les aseguro que si tuviera un hijo en esa Casa sentiría una vergüenza espantosa. Les aseguro, como educador que soy, que si David, Paula, Amador o Amor, Conchi, Rodrigo y alguno de esos concursantes hubieran sido alumnos míos sentiría una gran frustración. Creo, a pesar de todo, que los educadores y educadoras deberíamos ver <Font color=<img src=Marcas/RomboA.gif>336699>Gran Hermano porque <Font color=<img src=Marcas/RomboA.gif>336699>es precisamente <Font color=<img src=Marcas/RomboA.gif>336699>el reflejo del tipo de personas que no queremos construir. Los competidores que entran en la famosa Casa, que sacrifican su intimidad, que alardean de su falta de educación y que tienen esas actitudes infantiles, lo hacen por dinero, sencilla y llanamente. Se trata de una prostitución mediática, de la venta de uno mismo, en definitiva de una falta de autoestima importante. Sé que hay chavales que siguen con pasión la vida de esos tipos tan vacíos. Me preocupa el que alguien pueda tenerlos alguna vez como modelos a imitar. Sólo son una referencia negativa; víctimas de una sociedad que por dinero destripa las vergüenzas de una gente que, saliendo en televisión a exhibir sus torpezas hasta el empacho, creen ser unos artistas. Ahí están sus familias, emocionándose hasta la lágrima dando apoyo a sus retoños en sus aventuras televisivas. Y en medio de este sinsentido, la figura de la presentadora, madre, pedagoga, socióloga y comunicadora. No desiste en intentar darle un aire de seriedad, de investigación y de periodismo sociológico, a tamaña memez.Viendo que este Gran Hermano, los reality shows y los programas del corazón siguen su rumbo, no me extraña que Jesús Quintero se largara con su demencia a la loma en la que se refugia. Tampoco yo quiero ser sensato en este mundo insensato, no quiero ver como normal lo que me parece un desatino. Si Gran Hermano es lo normal, también a mí me gustaría ser un loco de la colina.
Josan Montull
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