La muerte de Maradona ocupó la atención de los medios sociales muchos días. Fue recibida con una mezcla de dolor y un llamativo reconocimiento a este excepcional futbolista. Se continuaba lo que en vida de Maradona resultó normal en tantos lugares del mundo, en especial, en Argentina. En los balcones de edificios oficiales del barrio de la Boca, en Buenos Aires, aparecía la figura de Maradona junto a la del papa Francisco, dos figuras emblemáticas de las que se sienten orgullosos.
De todo este reconocimiento universal se alejó la futbolista de un pequeño equipo de fútbol de España. Cuando las jugadoras de los dos equipos guardaban en pie un minuto de silencio por Maradona, una de ellas se sentó en el césped y volvió la espalda a la presidencia del estadio.
Aunque amenazada de forma grave, explicó que no quería rendir homenaje a una persona que, de forma habitual, había violado principios morales importantes y cuestiones básicas de la convivencia, que hacen que el ser humano viva con la dignidad merecida.
La figura de Maradona nos hace pensar en una situación social que puede ser preocupante. Por contraste, también nos recuerda a quienes, como los que trabajan en ambientes misioneros, no siempre reciben el reconocimiento que merecen. Son numerosas las personas con las que me encuentro en mi trabajo actual que hacen posible que la vida de otros no se convierta en una tragedia. Estas son bendecidas por Dios y reciben siempre el homenaje impagable de sentirse orgullosas de lo que hacen. Mi más sentida enhorabuena a cada una de ellas.
Eusebio Muñoz, sdb
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