Don Juan José Bartolomé dijo que debemos amar a María Auxiliadora por las mismas razones que tuvo Dios para escogerla como Madre: que encontró en Ella una sierva dispuesta a hacer su voluntad. María sirvió a Dios y nos sirvió a Dios. Pero también supo ver las necesidades de los demás y ponerse a su servicio: Isabel, jóvenes esposos en Caná…; y tener sentimientos de compasión hacia los pobres y los humildes (Magnificat). La densidad de las conferencias exigía ciertos alivios y distensiones que se satisfacían por los patios, los pasillos y lugares de refrigerio. Eran momentos para el encuentro interzonal, la convivencia, la exhibición y el estímulo, amén de los lucimientos regionales. Don Eusebio Muñoz tradujo la devoción de Don Bosco a María Auxiliadora a una espiritualidad de compromiso. Juan Bosco no supo otra cosa que estar a disposición de los jóvenes; tarea insinuada por María –la Maestra- ya a los nueve años: «Lo que veas que sucede con estos… procura hacer lo mismo». Los seguidores de María Auxiliadora se convierten en servidores de los demás. Don José Luis Moral utilizó con énfasis el verbo «provocar». El amor gratuito de Dios es una «pro-vocación». Tiene que haber respuesta. «Siguiendo las intuiciones del Sistema Preventivo de Don Bosco, anunciar el Evangelio no consistirá tanto en solicitar la fe en Dios a las jóvenes generaciones, cuanto en presentar y hacer creíble la asombrosa fe que Dios tiene en todos los seres humanos». Los jóvenes, uno de los grupos sociales más desprotegidos ante los disparates de nuestra actual situación sociocultural, reclaman ese compromiso de la Familia Salesiana. La vocación-misión es propuesta y es respuesta. Así, al menos, lo entendió María.
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