El libro del Génesis hace ver cómo el Dios amante de la vida derrota el caos y con su palabra creadora plasma el cosmos. Todo lo que hizo no pudo ser sino una obra maestra, teniendo en cuenta la calidad del Artista. Pero ya desde el capítulo 3 y siguientes el escenario se presenta muy diverso. Alterado el designio original de Dios, a causa del pecado que inunda la faz de la tierra por la violencia y la depravación del hombre, el mundo se precipita nuevamente en el caos. Pese a ello el mal, con su lógica interna de destrucción y de muerte, no puede tener la última palabra. Así, tras el tsunami del diluvio, Dios estrecha una alianza con el hombre, comprometiéndose a no permitir jamás que este mundo por él creado sea destruido y se vuelva un desierto de rabia y desesperación. Signo de esta alianza con la humanidad es el arco iris: inmediatamente después de la lluvia resplandece en el cielo y parece abrazar el firmamento, para recordar a la criatura la promesa del Creador. El Dios biófilo no ama sólo la vida humana, sino toda la vida, también la vegetal y animal, porque la creación entera es obra de su amor. Junto al valor y a la dignidad de la vida humana la Biblia expresa, de la primera a la última página, el cuidado amoroso de Dios por la naturaleza, explicitado por las palabras de Gn1,31: «Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien». Animales, plantas, firmamento, sol, océanos… todo es bueno, todo tiene valor por sí mismo, todo proclama la gloria de Dios, como canta el Salmo 18: «Los cielos narran la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento; el día al día comunica el mensaje, y la noche a la noche trasmite la noticia». Todas las criaturas son, en efecto, invitadas a bendecir al Señor, como reza el Cántico de Daniel: «Bendecid, obras todas del Señor, al Señor» (ángeles, cielos, aguas, sol y luna, estrellas del cielo, lluvias y rocíos, vientos, fuego y calor, frío y ardor, rocíos y escarchas, hielos y frío, heladas y nieves, noches y días, luz y tinieblas, rayos y nubes, montes y colinas, todo lo que germina en la tierra, fuentes, mares y ríos, cetáceos y todo lo que se mueve en las aguas, aves, fieras todas y bestias, hijos de los hombres) (3,57-88). Pero este reconocimiento solamente es real cuando el hombre, por su parte, reconoce la dignidad del lugar en donde habita y decide respetar la naturaleza, acoger a las criaturas y aceptar la riqueza de su diversidad. Sólo esta aceptación concreta de todo lo que existe, pero sobre todo del ser viviente, lleva a la afirmación del valor de la creación, de los derechos de quien ha sido colocado como su guardián y, en consecuencia, a superar la explotación y el abuso, a realizar un desarrollo respetuoso del ambiente y entrelazar una convivencia armoniosa con los demás seres vivientes.Hoy la civilización industrial ha favorecido la producción y el aumento de la riqueza, pero con excesiva frecuencia ha exagerado en lo que se refiere a la explotación de los recursos, incentivando la deshumanización del hombre que, casi sin darse cuenta, se ha convertido en simple productor/consumidor.La cultura de la vida nos lleva a una verdadera actitud ecológica: al amor de todos los seres humanos, pero también de animales y plantas, es decir, al amor de la creación entera, y a defender y promover todos los signos de la vida contra los mecanismos de destrucción y de muerte. Ante las amenazas de la explotación desordenada de la naturaleza, de desarrollo insostenible que esta causando contaminación, efecto invernadero, deforestación, urbanización y cementificación, desertificación, empobrecimiento de los recursos, fruto de la insaciable avidez y de la falta de responsabilidad no sólo frente a la creación que Dios nos ha dado como casa para todos, sino también frente a las generaciones futuras, me parece oportuno recordar las palabras del gran jefe indio Seattle: Lo que hiere la Tierra, hiere a los hijos y a las hijas de la Tierra.Dios está empeñado en preservar la naturaleza, pero no sin nosotros: nos ha hecho colaboradores suyos, nos ha investido de responsabilidad. La operación arco iris para salvar la creación es obra de Dios, de todos y de cada uno.
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