;font color=";img src=Marcas/RomboA.gif>336699">Mamá Margarita fue para don Bosco un ángel constantemente presente. Como la presencia de los ángeles, la suya fue siempre discreta también. En sus ;i>Memorias del Oratorio, escritas treinta y siete años después de los hechos y diecisiete de la muerte de su madre, don Bosco recordaba con nostalgia y agradecimiento la “logística” de su programa para la naciente obra del Oratorio de Valdocco.“…nadie que no sea usted” «Madre, le dije un día, tendré que ir a vivir a Valdocco; en razón de las personas que habitan en aquella casa, no puedo llevar conmigo a nadie que no sea usted». «Comprendió la contundencia de mis palabras y añadió enseguida: “Si te parece ser del agrado del Señor, estoy dispuesta a partir inmediatamente”». Con la franqueza que siempre tuvo, con la confianza e inteligencia recíproca que los unía y con la exigencia de sus respuestas a Dios, en las que envolvía a los que quería, Juan le expuso los hechos y sus consecuencias sin vuelta de hoja: «No puedo llevar conmigo a nadie que no sea usted». ¿Le dolía con el paso de los años aquella exigencia juvenil de tanto sacrificio a una anciana de 58 años? A los 58 años Margarita era una anciana. Sin duda. Pero sabía que su madre estaba subiendo a lo largo de toda su vida los duros escalones de la santidad y no dudó en pedírselo.“…estoy dispuesta…” Y añade tres rasgos de la respuesta de su madre. No necesitó tiempo para tomar una decisión: “… añadió enseguida”, apunta don Bosco. Eso han hecho siempre los que sienten la necesidad de dar el sí de la vida a Dios que vive en nosotros pidiéndonos continuamente. Eso es lo que distingue a los santos de los titubeantes, cobardes, remolones, tacaños en dar o darse. Margarita conocía bien a su Juan. Le quería y le admiraba. Sabía que su vida había estado siempre guiada por el honor de Dios. Como la suya. Gozaba con esa coincidencia. No tanto porque le gustase coincidir con su hijo, sino porque sentía que ambos coincidían con Dios. “Si te parece ser del agrado del Señor, estoy dispuesta…”. Es una fórmula vital que resuena en toda la Escritura, la escrita en los libros, la vivida por los santos, la sellada por los mártires. “Hágase en mí según tu palabra”. “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre”. Bastaría tener presentes esas conductas para que un santo comprenda que ese es el camino: “… ser del agrado del Señor”. Vivimos llenando nuestros deseos de proyectos, nuestros pasos de búsqueda de lo que nos “realiza”, nos gusta y nos da seguridad. Los santos, que viven comprometidos con este mundo, son ciudadanos de un Reino en el que las normas no son las que nacen de la insinuación de cualquier reptil o del agrado de una manzana o de la fuerza del diluvio de la mayoría que arrastra hacia el abismo. Sino del “agrado del Señor”. “… estoy dispuesta a partir inmediatamente”. Cuando María, la Maestra de todos, supo que su prima Isabel la necesitaba, “se levantó… y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá”. Es estilo de familia. Para Margarita escuchar este rasgo de su Madre no suponía aprender a describirla, sino a imitarla. Y sabía que la mediocridad no cabe en el servicio a Dios.
Alberto García-Verdugo
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