En Ciudad Juárez, Tijuana y otras ciudades de la frontera entre México y Estados Unidos, los jóvenes esperan muy poco del futuro, tan sólo cruzar a suelo americano, o resignarse a trabajar en una cadena de montaje. Acostumbrados a una vida de privaciones, ni siquiera se creen merecedores de algo mejor. Pero los Salesianos están ampliando su horizonte. “Cuando los padres se quieren dar cuenta, sus hijos son adictos, venden droga y están muy metidos en la delincuencia”, afirma Arturo Pérez Villegas, salesiano mexicano que trabaja desde hace cinco años en Ciudad Juárez. Su experiencia en un barrio conflictivo le ha enfrentado a una juventud que se degrada rápidamente: “Los jóvenes carecen de ilusiones o proyectos, la mayoría trabajan en las maquiladoras, estas grandes empresas estadounidenses que se instalan en la frontera para tener mano de obra barata. Otros vienen con la intención de cruzar la frontera; son del centro o del sur del país, pero al no poder cruzar, se establecen aquí”. Las dificultades económicas y la desintegración de la familia empeoran la situación de los jóvenes. El problema surge cuando pasan demasiado tiempo sin sus padres, según explica el padre Pérez Villegas: “En Ciudad Juárez se está viviendo una situación muy especial en cuanto a la relación familiar: papá y mamá tienen que salir a trabajar, los hijos se quedan solos en casa, sin nada que hacer, se van a la calle y allí se encuentran a la pandilla, que los empieza a introducir en un mundo de violencia y de droga”. Como don Bosco, entre los jóvenes difíciles;/strong> Para atender a estos chicos que vagabundeaban por las calles mexicanas surgieron, hace algunos años, los oratorios de frontera. Situados en los barrios más degradados de Tijuana, Piedras Negras, Monterrey, Ciudad Juárez, Nogales y Saltillo, estos centros se coordinan para acoger a los más necesitados. Su labor preventiva, tan característica del sistema salesiano, está apoyada por el Rector Mayor, don Pascual Chávez, que colabora desde hace tiempo en el proyecto. Por otra parte, los oratorios cuentan con el apoyo de las autoridades civiles y eclesiásticas de sus ciudades. El oratorio Domingo Savio es uno de estos centros juveniles. Situado en un barrio sin recursos de Ciudad Juárez, en el que los chicos tienen escasas oportunidades de estudiar, el centro les facilita un lugar de formación y de relación con otros chicos. En él trabaja un amplio equipo de profesionales: médicos, trabajadores sociales, maestros o psicólogos, además de los voluntarios que dedican su tiempo libre como entrenadores de algún deporte, animadores de tiempo libre o catequistas: “Mi oratorio tiene unos 100 colaboradores. Son muy conscientes de que su labor, además de dar una clase de manualidades, tejido o carpintería, es atender al joven que se acerca” – afirma el padre Villegas- “en cuanto a los niños, sería muy difícil contabilizarlos, por ejemplo para la primera comunión tenemos 150 este año, pero en el deporte hay alrededor de 1.200. Además estamos contabilizando alrededor de 3.000 consultas médicas, dentales y psicológicas por año. En el barrio habrá unas 10.000 familias, que son las que se benefician directamente con el trabajo del oratorio”. El padre Alejandro Martínez trabaja con los jóvenes mexicanos en los campos de deporte: “El programa deportivo nace del interés de los jóvenes y sirve de terapia a muchos que están en la drogadicción o en la delincuencia. Logramos el respeto de las pandillas y de los barrios más agresivos, que cuentan con un sitio donde son tratados como personas y no como delincuentes. Es la prevención mediante la ocupación del tiempo libre. También tenemos juegos de mesa, futbolines, ajedrez y pin-pon”. La transformación del entorno;/strong> Sin embargo, el trabajo más arduo es cambiar la mentalidad de los chicos, continúa explicando el padre Villegas: “Tienen mucho tiempo libre y los oratorios quieren ser una opción para que no necesariamente tengan que irse a la esquina con la pandilla a beber, drogarse o hacer alguna maldad, sino que tengan la oportunidad de aprender algo, de practicar un deporte o hacer alguna actividad que les atraiga”. El padre Javier Prieto, responsable del Proyecto Salesiano en Tijuana, se enfrenta a la dificultad de transmitir a los jóvenes el valor del esfuerzo, frente al dinero fácil que les ofrecen las empresas: “Tengo talleres de formación parados, porque la gente necesita ganarse la vida y ¿quién va a venir a capacitarse, cuando en una maquila (fábrica), como todo es mecánico, empiezan ganando dinero sin saber nada? A los chicos se los pelean las camionetas que pasan contratando gente”. Sólo después de un tiempo se consigue que los chicos trabajen por mejorar sus condiciones: “Algunos muchachos, que ya empiezan a abrir su perspectiva, tienen interés en estudiar y prepararse. Nuestro trabajo es ayudar a que cambien su esquema mental, porque muchas veces creen que ellos no tienen derecho, que su vida es estar en la maquiladora, sin más. De manera que el oratorio tiene que ayudarles a que se den cuenta de que tienen derecho a más y mejores opciones. Cuando el oratorio les brinda clases, por ejemplo de inglés, de informática, de carpintería o alguna manualidad, ellos empiezan a creer que en su vida puede haber algo mejor y ahí viene el cambio. Para hacer esto hay que hacer muchísimo trabajo”. El oratorio cumple su propósito cuando los jóvenes empiezan a cambiar de actitud y a formarse para el futuro, cuando su refugio ya no son las pandillas y la violencia gratuita, sino el estudio y el compromiso. De este modo el centro juvenil llega a ser un centro de irradiación positiva para el barrio. Como afirma el padre Martínez: “El objetivo del oratorio es transformar el entorno. Queremos jóvenes que transformen su vida, su familia y su barrio”.
María Jesús Rodríguez
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