La palabra, instrumento de concordia, diálogo y crecimiento, da la sensación de convertirse, en los parlamentos políticos, en un arma arrojadiza para insultar, denostar y hasta amenazar. Parece que, los que nos representan, se sitúan en un ring callejero y chulesco desde el que lanzar bravuconadas impropias de quienes tienen la hermosa responsabilidad de gestionar nuestra convivencia. Se sustituye el intercambio de ideas por el cruce de descalificaciones, la búsqueda común de soluciones por el entorpecimiento de los caminos del adversario.
Las vestimentas, camisetas e indumentarias sirven como pueril reivindicación de las propias ideas. La preocupación por las cámaras, la imagen y el postureo pueden ser más importantes que el contenido de los razonamientos.
No soy quién para decir cómo deben obrar, pero sí que manifiesto que ese estilo dificulta la labor de los educadores. Los jóvenes necesitan testigos. Deportistas, artistas y personas influyentes deben dar ejemplo de una vida coherente y amable, a pesar de no haber sido votados por nadie. Los políticos, elegidos como nuestros representantes, deberían ser modelo de diálogo y referencia de servicio. Cuando no se comportan así, malos espejos son para nuestros adolescentes. Cuando las siglas de los partidos se ponen por encima del respeto a los diferentes, malos servicios hacen a los educadores.
Tenemos un reto: educar para el diálogo, tolerancia y respeto. Sigamos creyendo qué hay en cada joven para ser persona respetuosa, dialogante y constructiva. Empecemos nosotros –educadores– haciendo que nuestra vida se convierta en modelo permanente de lo que esperamos de los demás.
Josan Montull, sdb
No hay Comentarios