“La humanidad está llamada a tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo… Hemos crecido pensando que éramos propietarios y dominadores de la tierra, autorizados a expoliarla”.
Papa Francisco
Encíclica Laudato si’
Hace tan solo unos cinco años, un prestigioso miembro de Ecologistas en Acción, Ramón Fernández Durán, a la vista del profundo y preocupante deterioro medioambiental, vaticinaba el final de la actual civilización del capitalismo industrial y el colapso del sistema económico que lo rige. No sólo por sus contradicciones internas (la desigual distribución de las riquezas, las tensiones que suscita…), sino porque el capitalismo industrial basa el desarrollo de los pueblos en el crecimiento constante, imposible de mantener en un medio finito como es la Tierra. De ella se extraen los recursos energéticos para seguir creciendo (materias primas) y, en ella, se vierten los desechos que habría que eliminar. Estos recursos se van agotando, las actuales fuentes de energías tienen fecha de caducidad (sobre todo las basadas en los combustibles fósiles como el petróleo) y los deshechos van rompiendo el ecosistema, lo que nos conducirá a la quiebra segura del sistema que nos rige. En la medida en que este “modelo” el desarrollo se implante en los países más empobrecidos con consumos de energía y producción de desechos infinitamente más bajos que los de los países desarrollados, la situación se volverá cada vez más inviable. Estamos, por lo tanto, no sólo ante una crisis ecológica, sino ante una “crisis de civilización”.
Sin querer entrar en una valoración sobre la fundamentación científica de estas afirmaciones, tengo que afirmar que la preocupación por el futuro de nuestro planeta Tierra y su capacidad para seguir dando alimento y cobijo a todos los seres que en él habitamos está siendo objeto de preocupación de no pocas personas, instituciones y organismos internacionales. Y esto se lo debemos al movimiento ecologista que lleva más de un siglo sensibilizando las conciencias de las gentes e intentando cambiar el modelo de desarrollo que está en el origen de todos estos males.
El movimiento ecologista
El punto de partida del ecologismo moderno data de 1970, con la creación del Club de Roma (una agrupación privada de empresarios, científicos y políticos) y con la Conferencia de Naciones Unidas de Estocolmo en 1972. El estudio sobre los problemas reales que ponían en riesgo el desarrollo de la globalización encargado por este Club al Profesor Dennis L. Meadows arrojó unos resultados negativos que auguraban una situación catastrófica para el año 2100, si se mantenía el ritmo de crecimiento y consumo de aquel tiempo. Todo ello iría acompañado de una atroz contaminación del medio ambiente y de elevadas tasas de mortandad derivadas de la situación medioambiental. El estudio dio sus frutos. No pocos países toman conciencia de la crítica situación y comienzan a surgir decenas de movimientos ecologistas repartidos por todo el mundo.
La Conferencia de Naciones Unidas de Estocolmo se convocó precisamente para abordar la crisis medioambiental y tomar las medidas necesarias para frenarla. En ella se establecen una serie de principios básicos, se crea el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y comienza a elaborarse una legislación reguladora y protectora del medio ambiente de obligado cumplimiento para los países de la ONU. Tras esta Conferencia, vendrán posteriormente diferentes Cumbres de la ONU sobre el cambio climático entre las que destacan la del Protocolo de Kioto (1997), Cancún (2010), Durban (2011) y la que se celebrará en París del 30 de noviembre al 11 de diciembre de 2015.
Estos dos eventos dan origen a la aparición de numerosas plataformas, organizaciones y movimientos de tipo ecologista en todo el mundo que, bajo el paraguas de una preocupación común por el cuidado de la naturaleza, manifiestan tres posturas claramente diferenciadas. Los conservacionistas, que piensan que puede haber una convivencia y respeto entre el ecologismo y el sistema económico actual, y cuyo principal representante es National Geographic Society, fundada en 1888 en Estados Unidos. Los institucionales, que se sirven de las instituciones para introducir sus planteamientos ecologistas. La irrupción en los años 60 y 70 de diversos movimientos sociales, entre ellos el feminismo y el ecologismo, provoca la entrada de estos temas en la agenda política de los diversos Estados. Estamos hablando de los partidos verdes y de diferentes ONG altamente comprometidas: Greenpeace, WWF-ADENA, Ecologistas en Acción, SEO-Birdlife… Finalmente, hay una tercera tendencia de corte radical en la que se engloban grupos como Earth First, Animal Liberation Front-ALF, con ideas anarquistas y anti sistema que justifican el uso de la violencia para alcanzar sus reivindicaciones.
La Encíclica papal Laudato si’
En este contexto aparece la Encíclica del Papa Francisco Laudato si’. Aunque algunos de sus predecesores (Juan XXIII, san Juan Pablo II y Benedicto XVI) ya habían hablado de este asunto, puede considerarse como el pronunciamiento más valiente de la Iglesia sobre la crisis medioambiental y la posición que el mundo debería adoptar ante ella. Es cierto que el Papa asume no pocas de las reflexiones y orientaciones que sobre este tema vienen realizando las instituciones internacionales y diferentes grupos ecologistas. No obstante, su aparición bien merece la pena, aunque sólo sea por la autoridad moral de la persona que la escribe y por efecto que en la gran masa de cristianos ésta puede producir. Paso a señalar algunas de las líneas maestras que la Encíclica ofrece sin otra pretensión que la de suscitar el deseo de leerla.
En primer lugar, y frente a quienes consideran exageradas las previsiones de los ecologistas sobre el futuro de nuestro planeta (negacionistas), el Papa Francisco está convencido de que nos encontramos ante un verdadero problema que afecta a la humanidad y a sus futuras generaciones: el deterioro progresivo de nuestra madre Tierra. A esta cuestión le dedica todo el primer capítulo de la Encíclica. La intervención del hombre sobre la naturaleza está produciendo el cambio climático, la escasez del agua, la pérdida de la biodiversidad y el deterioro de la calidad de la vida humana… Además, subraya que, “de hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta” (nº 48). “En este sentido, ayudar a los pobres con dinero debería ser siempre una solución provisoria para resolver una urgencia. El gran objetivo debería ser permitirles una vida digna a través del trabajo” (nº 128).
En segundo lugar, el Papa afirma que no estamos sólo frente a una crisis ecológica y medioambiental, sino ante una profunda crisis de civilización gestada por el hombre de la modernidad que se ha erigido en dueño, centro y señor de todo lo creado. Cuando el hombre se coloca a sí mismo en el centro, termina dando prioridad absoluta a sus conveniencias circunstanciales y todo se vuelve relativo. La cultura del relativismo es la misma patología que empuja a una persona a aprovecharse de otra y a tratarla como mero objeto. Esta crisis es a la vez ética, cultural y espiritual. El hombre moderno no está preparado para utilizar el poder con acierto, porque el crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en responsabilidad, valores y conciencia. Y es que la degradación ambiental y la degradación humana van juntas.
En tercer lugar, el modelo desarrollo que tratamos de implantar, asentado en la idea del crecimiento ilimitado y que se funda en el “paradigma tecnológico” (modelo de producción y consumo), aún antes de que pudiera generalizarse a los pueblos más pobres, es insostenible para la vida de nuestro planeta. El paradigma tecnológico, la adoración del poder sin límites y el relativismo nos están conduciendo a la actual degradación social y del medio ambiente. La idea del crecimiento ilimitado supone la mentira de la disponibilidad infinita de los bienes de la Tierra. Nos hemos abrazado a un superdesarrollo derrochador y consumista que contrasta de modo inaceptable con situaciones persistentes de miseria deshumanizadora.
En cuarto lugar, la superación de esta crisis solo podrá venir de una ecología integral, ambiental, económica y social. “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (nº 139). “Es necesaria una ecología económica capaz de obligar a considerar la realidad de una manera más amplia. Porque la protección del medio ambiente deberá constituir una parte integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse de forma aislada” (141).
Finalmente, a esta ecología integral sólo se podrá llegar a través de un diálogo trasparente entre quienes tienen responsabilidades en la toma de decisiones a nivel local, nacional e internacional. De ese diálogo no debe excluirse a ninguna de las disciplinas humanas, incluidas las religiones. Estas últimas ofrecen nuevas motivaciones para el cuidado de la naturaleza: “Las convicciones de fe ofrecen a los cristianos, y en parte también a los no creyentes, grandes motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más frágiles”. (nº 64). “La más importante de todas ellas es que la madre Tierra es un don obra del amor de Dios, que nos dio el mandato de dominarla, labrarla y cuidarla” (nº 84).
Interpelados como Familia Salesiana
Como Familia salesiana debemos sentirnos interpelados por la llamada que esta Encíclica supone a “la conversión ecológica”. Hay que apostar por otro estilo de vida lejos del consumismo obsesivo. “Estamos ante un desafío educativo” (nº 209), nos dice el Papa. La familia, la escuela y la catequesis son los campos de actuación en la que esta conversión puede llevarse a cabo. A nosotros nos toca.
Manuel de Castro Barco
Presidente de la Fundación Jóvenes y Desarrollo
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