No soy capaz de recordar cuando llegó él, seguramente estaba allí antes de que mis zapatos franquearan la puerta del Centro Juvenil de Niterói. Él se encontraba en su casa y yo, pese a tantas visitas, seguía siendo un extraño en aquel lugar. Aún así, era del todo improbable que mi mirada no reparara en él, era el único niño en aquel centro habitualmente lleno de niños y jóvenes gritando, jugando, riendo… Van a permitirme un inciso en la historia de Eduardo, Dudú, como todo el mundo le llama, para rogarles que entiendan mi tendencia a compartir, en estas páginas, historias de Brasil y sobre todo historias relacionadas con las escuelas socio-deportivas. Decir que no tenemos favoritos es algo propio de los padres al hablar de sus hijos, es algo que debiera estar en el ADN de cualquier monitor, educador, profesor… Pero coincidirán conmigo en que es tan difícil no hacer acepción de personas, o de lugares, en el caso que hoy nos incumbe. Mi intención siempre ha sido compartir con ustedes historias de vida, historias más allá de los fríos números. Historias que he tenido la suerte de conocer en primera persona, con las que me he emocionado y con las que, con más frecuencia de lo deseable, he derramado alguna que otra lágrima. Brasil ha sido uno de los destinos principales de mis viajes y el motivo siempre han sido las escuelas socio-deportivas. Su nombre es Eduardo, pero todos se referían a él como Dudú. Vestía la camiseta azul cielo del Centro Juvenil y me crucé con él en la cocina. No mediría más de metro y medio y mordisqueaba un trozo de mango. Estaba allí, callado, observando cómo subía el café y como las cocineras partían algo de fruta y un bizcocho. La formación de monitores deportivos con la que iniciaba la actividad de la escuela socio-deportiva “Esporte pela paz” (Deporte para la Paz) ya había comenzado. Durante tres días el Centro Juvenil pararía su actividad con los chavales para que los educadores pudieran aprender con los entrenadores de la Fundación Real Madrid, pero Dudú estaba allí. Dudú era totalmente ajeno al frenético ritmo turístico de caipirinhas y cocos de las playas de Copacabana e Ipanema, de las multitudes que se apelotonan en los miradores del Pan de Azúcar y del Cristo de Corcovado, nunca, en sus cortos 8 años de vida, había estado allí. Su vida se reducía a su comunidad (favela) de Niterói y al Centro Juvenil Mamá Margarita. Los descansos del curso convirtieron a Dudú en objetivo de mi mirada, en un Centro Juvenil lleno de adultos se alzaba su figura y parecía recordarnos quienes eran los destinatarios de nuestro trabajo. Quiero creer que no reparó en mi mirada, él se abrazaba a la directora, jugaba al ping pong con las chicas de administración y sonreía, sonreía muchísimo… Mi curiosidad pudo más que la prudencia y me vi obligado a preguntarle a la directora por él. Como siempre que hago una pregunta sobre un niño en cualquiera de las comunidades que pueblan Brasil la respuesta me sobrecogería. Dudú vivía con su madre y con su hermano pequeño de 4 años en una casa de acogida. Su familia había sido una víctima más de la implacable pobreza, la casa de chapa en la que vivía en Niterói había sido completamente destruida por el derrumbe del basurero en la última tormenta. Mucha gente murió aquellos días debido a las riadas y a las enfermedades derivadas de la falta de condiciones sanitarias. Dudú, su hermano pequeño y su madre lograron sobrevivir, pero perdieron lo poco que tenían. Para él, el Centro Juvenil era el único lugar que no había cambiado, era su casa y quería estar allí. Estuve mucho rato hablando y jugando con Dudú y no me quedó otra que contrastar mis planes de vacaciones con los suyos, él no vivirá un verano como el nuestro, vivirá un invierno caluroso en el que el Centro Juvenil será su lugar de recreo, donde sentirá el cariño de tanta gente… No pudimos hacer otra cosa que invitarle a disfrutar de los entrenamientos con nosotros, la ropa le quedaba gigante, pero se le veía radiante de felicidad. Felicidad que les deseo a todos ustedes en estas vacaciones de verano, felicidad que en mi caso será fácil de encontrar con sólo recordar la sonrisa de Dudú.
Lorenzo Herrero
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