A los que creemos en Cristo nos entra alguna vez el miedo de que "Yo estaré con vosotros hasta el fin de los siglos" sea una promesa que algunos están haciendo imposible. A veces, tampoco creemos que su afirmación "Yo he vencido al mundo" sea verdad. Y vivimos con miedo, dejando que la oscuridad que no somos ocupe el lugar de la luz que somos. En esa actitud podemos también dudar de que el programa de don Bosco "Yo escribo el borrador; vosotros lo pasaréis a limpio" sea verdad y nos parezca que su admirable obra se esté desmoronando entre nuestros dedos o en la frialdad de nuestro corazón. Los frutos;/strong> Asombran las cifras de don Bosco presente hoy en 128 naciones con 16.645 salesianos en 1.873 comunidades que atienden a las obras de sus residencias y a otras 213 fuera de ellas. El total de niños y muchachos atendidos, por ejemplo, en los 93 países del Tercer Mundo por los 8.423 salesianos que trabajan en ellos supera los doce millones. En esa cifra podemos ir contemplando el desfile de niños y jóvenes atendidos en las obras "sociales": niños de la calle, refugiados, huérfanos, víctimas de muchas clases de injusticia y abuso, con historias a veces escalofriantes que no se pueden contar, deformados a veces en su cuerpo y más veces en sus almas. Uno de ellos, refugiado de Darfur, al dejar un campamento en el corazón de Sudán en el que se había preparado durante un año para tener un futuro más digno, le decía a su amigo el salesiano: "Don Bosco ha hecho demasiado por mí". Y el corazón de ese salesiano, sin duda corazón de don Bosco, gritaba: "Y yo, en el contacto con estos pobres, siento, como nunca en mi vida, toda la belleza y la grandeza de mi vocación salesiana". Aún hay más;/strong> Pero las cifras (¡y las cifras dicen tanto!) no acaban ahí. Hay que tener presente que las hijas de María Auxiliadora son 15.110 en 89 países, de los que 66 están en el "Sur". Ponen la ternura de su corazón materno como instrumento vivo para la solución de los muchos y graves problemas de sus destinatarios: orfandad, abandono, hambre, ignorancia, falta de horizonte en la vida… Los institutos nacidos de don Bosco que trabajan también en tierras de misión son veinte. Nacieron para atender a las mujeres, para el servicio de la Iglesia en el servicio a los pobres, para afirmar la presencia de Cristo o para hacerle conocer. ¿Y los voluntarios? Hay entre ellos un gran número de auténticos misioneros que entregan un tiempo precioso de su vida, su juventud y entusiasmo, sus energías, su salud, sus sudores, a veces su sangre y su seguridad para amar como don Bosco. Y, por fin, la retaguardia. Todos los que, desde la intendencia para los de las primeras filas, hacen posible la presencia de "nuestro divino Salvador", como le gustaba llamar a don Bosco a Jesús: los cooperadores, fermento de salesianidad en sus ambientes, "alma de la Congregación", fuerza viva en muchas obras, sobre todo en los países más pobres, horno de amor en sus hogares. Y los antiguos alumnos, corona de la obra salesiana, obra de arte del Padre común, fieles a la Madre Auxiliadora, testigos de su amistad con don Bosco. Tal vez la desazón de algún momento de oscuridad en nuestra vida de fe nos hace echar de menos a don Bosco. Lo tenemos vivo allí, en todas las naciones; aquí, en nuestro corazón siempre encendido, en tantos jóvenes, razón de nuestra vida, a los que nos pide que amemos.
Alberto García-Verdugo
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