En el Centro Integrado para Sordos Don Bosco de Cochabamba, me encontré, narra Beatriz, con unos 60 chicos y chicas de 5 a 18 años, divididos en tres clases diferenciadas: pequeños, medianos y mayores.Mi función era de apoyo en el aula. Lo primero que tuve que hacer fue aprender un nuevo código de señas puesto que Bolivia las toma de los Estados Unidos y no de España como yo pensaba. Puedo decir que aprendí con los chicos. Poco a poco, los fui entendiendo más en el aula y pude hacerme cargo de alguna actividad. Recuerdo con especial cariño un día que habíamos preparado una al aire libre: íbamos a jugar al fútbol. Pero, llovía mucho. Los chicos se pusieron tristes. ¿Qué hacer? El más pequeño de ellos repetía con insistencia: “¿fútbol, por qué no?” Respiré hondo pensando cómo podía explicarle que no era posible, pero, en ese preciso instante, me pregunté a mí misma: "eso ¿por qué no?". Efectivamente, me dije, había que echarle imaginación.Les repartí, pues, plastilina, y les expliqué que haríamos nuestro propio fútbolín para poder jugar dentro del aula. Con mucha paciencia pero, también, con muchas ganas nos pusimos a hacer las figuras que representaban a los jugadores; a los porteros los diferenciamos con una visera; hasta hicimos un par de árbitros con silbato y todo. Después, las porterías y la pelota. Pasamos toda la mañana jugando con nuestro fútbolín improvisado. Nunca había visto reír con tantas ganas; ni llorar cuando a algún jugador se le rompía una pierna o se le caía la cabeza. Puede parecer un recuerdo sencillo, pero a mí me pareció, entonces, de gran riqueza.El resto de mis experiencias personales, frustraciones, superaciones, logros, conceptos y técnicas aprendidas durante el verano en el Centro, darían para llenar páginas y páginas; pero quizás sea mejor que cada uno lo viva personalmente haciendo, como yo, una experiencia de voluntariado. ¡Ánimo!
No hay Comentarios