“Queridos jóvenes, os quiero con todo el corazón, y me basta que seáis jóvenes para que os ame aún más. Os puedo asegurar que encontraréis muchos libros ofrecidos por personas de más acreditada virtud o más sabias que yo, pero difícilmente encontraréis alguien que os quiera más que yo en Jesucristo y os desee vuestra verdadera felicidad”. (SAN JUAN BOSCO, El joven cristiano) Las palabras de Don Bosco, destacadas en la página anterior, nos dan la clave de su vida y de su compromiso: Vivió por y para los jóvenes, como realización concreta de la vocación a la que se sentía llamado por el Señor, plasmada desde el sueño de los 9 años. Su compromiso vital, “a muerte”, por Dios y por sus jóvenes, le comprometió con su tiempo –no en vano fue llamado también “el sacerdote de los nuevos tiempos”-, compromiso que trascendió su vida y obra en un horizonte de futuro. Sorprende que un joven campesino, con escasos medios, proveniente de una familia pobre de una aldea del Piamonte, llegara a ser un sacerdote que, acorde con su tiempo, entreviera las necesidades de los jóvenes pobres y obreros, muchos de ellos campesinos -como él-, emigrantes a la gran ciudad, productos de la revolución industrial en el Piamonte del siglo XIX. Don Bosco se convirtió en el sacerdote de los jóvenes de Turín, de la gran ciudad, industrial y burguesa, dinámica capital del reino que engendraría la nueva Italia. Su perfil de campesino piamontés no le impidió adaptarse a la ciudad y a los nuevos tiempos, al contrario, habilidades y virtudes como la laboriosidad, la confianza permanente en el Dios providente, la nobleza del trabajo manual, la destreza práctica para afrontar las dificultades, la tenacidad y firmeza en sus convicciones, adquiridas desde muy pequeño junto a Mamá Margarita, le permitieron conseguir hacer realidad un sueño: ser el sacerdote de los jóvenes.Sacerdote de los jóvenes en la Europa de las unificaciones La vida de Don Bosco transcurre paralela, casi de principio a fin, al devenir del apasionante siglo XIX. Y le tocó vivirlo en el Piamonte, reino pujante y dinámico, donde cuajó firmemente la revolución industrial y que lideraría la unificación italiana. Profundos cambios sociales, políticos, económicos que vivió en su propia carne y de los que fue testigo de primera línea y, en cierta manera, protagonista de alguno de ellos. En la Italia del Risorgimento, huirá de la política partidista como de la peste –y así se lo inculcará a sus hijos-, pero nadie le podrá tachar de antiitaliano o antipatriota. Tendrá muy presente lo que hoy llamaríamos “compromiso político”: colaborará de lleno, aunque discretamente, en mejorar las relaciones entre Iglesia y Estado –con papel relevante en la provisión de vacantes episcopales-; negociará con ministros y autoridades; insistirá a sus primeros misioneros en atender a los emigrantes italianos de Argentina; fomentará el aprendizaje del italiano como lengua común del Oratorio; asumirá y potenciará la práctica del sistema decimal en la Italia del libre comercio. Su lema y objetivo, formar “honrados ciudadanos y buenos cristianos”, sintetizaba en la práctica su toma de postura ante los vaivenes ideológicos, políticos, teológicos y eclesiales. Para Don Bosco, el mejor italiano era el buen cristiano, fiel hijo del Papa y de la Iglesia, que cumplía a la perfección con sus deberes y derechos de ciudadano.Empeñado en la educación integral de sus jóvenes Anclado por origen y convicción en el Antiguo Régimen, supo adaptarse a los nuevos tiempos y, mucho más importante, que las nuevas circunstancias se adaptaran a la horma de su zapato. Trabajador incansable, campesino práctico e industrioso, no se refugió en fórmulas moribundas, sino que supo aprovechar las nuevas oportunidades para cumplir su objetivo primordial de salvar a la juventud abandonada, a la de su tiempo. Lejos de quedarse paralizado en la crítica pertinaz a los males que deparaban los cambios que operaba la nueva sociedad industrial, se echaba a andar por las calles y suburbios al encuentro del joven necesitado, en su propio ambiente, sus zapatos se llenaban de la cal y la arena de los andamios y su sotana se veía manchada al abrazar a los limpiachimeneas. Sin relacionarse con el movimiento obrero, se preocupa concretamente de sus muchachos, visitándolos en sus lugares de trabajo, urdiendo una especie de contratos laborales, que salvaguarden la justicia y el trato correcto por parte de los patronos. Consciente de lo importante de su futuro, brindará a sus jóvenes talleres, que, estando siempre a la vanguardia técnica, les aseguren una sólida y competente educación. El Oratorio/Escuela se convertirá en una verdadera empresa, anticipo y adelanto de lo que hoy conocemos como formas y variantes de la Formación Profesional. En el siglo del liberalismo, abogará por dar amplia libertad de acción y compromiso a sus muchachos; y en medio de la preocupación política por unificar la educación, universal y gratuita, forjadora del nuevo Estado, Don Bosco se planteará la salvación de la juventud y su labor evangelizadora como obra fundamentalmente educadora. En los inicios de la pedagogía como nueva ciencia contemporánea, no figurará en sus anales como eminente erudito de la misma, pero su intuición de fino educador pondrá en práctica lo que serán señas de identidad de la nueva pedagogía: atención personalizada del educando, opción por el sistema preventivo, interés por el uso como medio y fin de la música, el teatro, las actividades al aire libre (la importancia del juego –patio-, los paseos/excursiones otoñales…).Su compromiso trasciende su vida Podríamos poner nombre actual a tan plural acción y vida: compromiso social, compromiso político, compromiso educativo, compromiso evangelizador… Muchas variantes de un único compromiso, o, mejor dicho, de una única persona que da su vida por Dios, por el Dios de la historia, comprometido con su pueblo, por el Dios que se hace presente en las circunstancias propias de cada hombre en su tiempo y lugar. Y por eso, comprometido hasta la médula con su tiempo, con su tierra, con su gente, vocacionado, llega a tal punto su compromiso que lo torna fiel abriendo un futuro de esperanza para sus jóvenes y salesianos. No se conforma con dar respuesta pronta a los problemas de sus chavales, sino que inventa y crea estructuras que cimbreen un futuro de vida: Oratorio –fórmula actualizada que es casa, escuela, patio e iglesia-, escuelas de siempre y escuelas de hoy (nuevos métodos, talleres, “Formación Profesional”…), el legado de su Sistema Preventivo, Salesianos –Consagrados y Laicos-, Familia Salesiana, que continúan su mismo empeño, espíritu y dedicación, en un proyecto de salvación y liberación de la juventud. Don Rua sintetizaría para siempre el genial compromiso de Don Bosco con palabras que perviven en las Constituciones Salesianas:“No dio un paso, ni pronunció palabra, ni acometió empresa que no tuviera por objeto la salvación de la juventud. Lo único que realmente le interesó fueron las almas”.
Joaquín Torres
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