Falleció en Madrid el 15 de septiembre de 2006, a los 98 años. Antonia era madre de cuatro hijos, un sacerdote salesiano, Antonio, una escolapia, María, Luis y Ana. “Nuestra madre –dice su hija María, de la Comunidad de Escolapias de Carabanchel donde Antonia residió desde 1994- fue una mujer prudente, sabía callar lo que pudiera molestar. Era inteligente para decir lo oportuno en cada momento. Observadora y atenta para ponerse siempre de parte del más débil. Tenía una capacidad asombrosa para perdonar y olvidar el mal recibido. Jamás le oí una queja ni un reproche, al contrario, siempre deseaba el bien para todos. Siempre tenía apunto una disculpa. Nunca la oí hablar mal de nadie. Supo adaptarse con naturalidad para vivir situaciones nuevas y, más de una vez, difíciles. Era una mujer agradecida, todo lo veía bien, nunca exigió nada para ella. Hablaba poco, pero su presencia transmitía paz. Siempre se sentía acompañada. Solía decir: “Yo nunca estoy sola, Dios está siempre conmigo”.
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