El lenguaje y la comunicación no siempre se corresponden. De nada sirve que uno hable, si el otro no escucha: “No hay peor sordo que el que no quiere oír”. Pero tampoco basta con decir la verdad a toda costa, pues hay quienes la emplean para ofender: “No a todos les gusta oír lo que a ti te gusta decir” -afirmaba Luis Vives. Los chismes, la difamación, la calumnia y maledicencia no sólo enrarecen el ambiente familiar, sino que se convierten en lacras morales que entorpecen y deterioran las relaciones sociales. El diálogo sólo se hace posible cuando, por encima de las opiniones particulares y cambiantes se coloca la verdad. San Agustín argumenta así: “Si ambos vemos que es verdadero lo que dices y que es verdadero lo que digo, ¿en dónde, dime, lo vemos? No ciertamente, yo en ti ni tú en mí, sino que ambos lo vemos en la misma inconmutable Verdad que está por encima de nuestra inteligencia” (De Magistro, 2,3). En una familia, gobernada por el amor, nadie se siente vencido cuando cambia de opinión, porque sabe que la verdad beneficia a todos. Si es posible ponerse de acuerdo, es porque el “acuerdo en el amor”, pone en sintonía los corazones.
Antonio Escaja
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