El 15 de Octubre de 2006, parto rumbo a El Salvador, el país más pequeño de América, dispuesta a comerme el mundo y como no a cumplir mi gran sueño, lo que más deseaba desde hace aproximadamente 15 años. En el aeropuerto me esperaban el Padre Mario y Loreto, mi compañera y mi una mi amiga, un dicho que teníamos entre las dos.Lo primero que ví fueron los super centros comerciales de San Salvador, donde compré en Zara algo de ropa, ya que mi maleta se perdió en el camino. Rumbo a Santa Ana me di cuenta de la pobreza, de la supuesta segunda ciudad más importante de El Salvador. ¡Que diferencia tan grande! El camino a la Ciudad de Los Niños, horrible; pensé, ¿dónde he ido a parar? Pero, una vez que entré en el Centro, me pareció precioso, era como si estuviese en una burbuja, aislada de toda problemática. Los niños eran físicamente todos iguales y no les entendía nada y pensaba, menos mal que me he ido a un país de habla hispana que si no…En fin, el tiempo pasaba y la burbuja de la Ciudad de los Niños, me iba mostrando su realidad. La problemática interna y lo que más me afectaba, las historias de los chicos. Hombres-Niños, entre 12 y 20 años aproximadamente. Hasta que tuvieron confianza y te contaban sus historias -o sus historias verdaderas, porque muchos se las inventaban al principio para llamar tu atención- , no eras consciente del mundo en el que viven, las carencias afectivas tan grandes, problemas de violencia, pre-mareros -ya que si entras en el mundo, ya no sales-, sin familia o abandonados por ellas, pobreza, mucha pobreza…Presencia, amor, trabajoMi labor allí fue estar dispuesta a todo aquello que hiciese falta. Mi función por las mañanas era la secretaría de la escuela, en la que siempre había algún chico, por más que Chilín (director de la escuela), no quisiera niños allí, le resultó una lucha imposible, en los recreos, en horas que no tenían clase, no faltaban, aunque fuese a darme los buenos días y un beso. Por las tardes daba clases de inglés, que me río de mis clases, ya que los niños de la tarde eran externos, de sobre edad, que nunca habían estado matriculados en una escuela, eran tremendos diablitos. No sabían ni leer ni escribir, ¿que les iba a enseñar yo?, en fin, por lo menos conseguí que se aprendiesen el Happy Birthday to you. Mientras daba clase los internos asistían a talleres, una muy gran oportunidad para aprender oficios, -electricidad, electrónica, soldadura, mecánica general, mecánica automotriz, carpintería, sastrería, costura, zapatería-. A las 17:00 horas. cenábamos y después asistencia, más asistencia y más asistencia a los internos. Ayudarles a hacer tareas, jugar con ellos, charlar en las gradas mientras otros jugaban al futbol,… luego las buenas noches y luego llegaba la hora de acostarles en las cabañas, antes eso sí, un sin fin de niños en la puerta de la oficina para que les dieras una pastilla para esa enfermedad, que nunca llegué a saber si era cierta o no.Agradecida por lo que recibíEn general, se puede decir que todo salió perfecto, pero he de reconocer, que aunque les he dado todo el cariño y amor que he podido, ellos me han enseñado muchas más cosas. Yo no soy madre, pero desde luego que estoy muy preparada ya para ello. Me han enseñado a reconocer, que aunque mis papás me digan lo contrario, no fui tan buena hija. No les agradecía lo que hacían por mí, lo veía como una obligación suya por ser padres, no me daba cuenta de que las veces que suspendía alguna materia les estaba defraudando, no supe demostrarles lo mucho que les quiero. Ahora a mi edad, ya te vas dando cuenta de las cosas, pero después de esta experiencia, lo que me queda es pedirles perdón y darles las gracias por lo que hice e hicieron por mí. Es tan bonito y duro ser padre…Por lo que tengo que agradecer a la Ciudad de Los Niños, mis niños, empleados (destancando a Roxana, -nuestra mami salvadoreña-) y a la Comunidad Salesiana, -incluyendo al Padre Black, que sigue empeñado a que me meta a monja- que para mí fueron una gran familia, con los que me sentí muy a gusto, demasiado, tanto que la separación de ellos en el aeropuerto de San Salvador, fue el momento más duro que hasta ahora había vivido.
María del Valle Muñoz
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