La Eucaristía se termina con el envío (“missa”) de la asamblea, para que cada cristiano realice en la vida diaria lo que ha celebrado en el sacramento. Juan Pablo II recuerda que los dos discípulos de Emaús, tras reconocer al Señor, se levantaron «inmediatamente», para comunicar lo que habían visto y oído; por eso cada Eucaristía es también proyecto de solidaridad y compromiso activo por la edificación de un mundo más justo y fraterno. La asamblea se dispersa; su función no es durar. Al acabar la celebración de la Eucaristía la Iglesia recuerda a quienes no han podido ir a la asamblea: los enfermos e impedidos; guarda para ellos en el sagrario el Pan de vida. Y ante el sagrario se puede prolongar la celebración de la Eucaristía con la adoración y la meditación de este Misterio inagotable, ya que la presencia de Jesucristo en la Eucaristía es permanente. Don Bosco decía: “quieres recibir muchas gracias del Señor, ve al sagrario muchas veces…”.
Luis Fernando Álvarez
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