Además de la sensación de libertad, tan necesaria para los jóvenes, otro elemento fundamental que la música aporta (y – aquí sí – más en ellos que en otros grupos o personas) es que se convierte en factor de identidad colectiva. Los jóvenes se unen en torno a diferentes estilos musicales que, en muchas ocasiones, generan modos de vestir, hábitos, valores y conductas específicas para cada uno de ellos. No es lo mismo el ;i>rap, que el ;i>hip-hop, el ;i>acid, el ;i>heavy o el ;i>reggae, tanto a nivel estético como a nivel ideológico. Precisamente por ello, tampoco es lo mismo pertenecer a una tribu urbana que a otra. Rockers, Moods, Punkies, Siniestros, Tecnos, Raperos, Postmodernos, Cibernéticos, Abertxlales, Góticos, Red Skins, Heavies, Acids, Skin Heads, Ciberpunks… Todos ellos se identifican, entre otras cosas, por gustar estilos musicales distintos. La música es expresión de otros elementos de cohesión del grupo mucho más importantes: valores, modos de vida e ideologías, que quizás todos comparten pero en distinta medida. Cada persona es única porque es capaz de tomar sus propias decisiones. Así también cada joven. Pero es innegable la tremenda fuerza que el grupo adquiere para ellos. Pocas expresiones culturales son capaces de hacer al individuo entrar en diálogo y comunión con los otros como la música. De ahí que la música juvenil – de modo privilegiado – genere solidaridad y redes de identidad. La música no es un simple relleno para pasar el tiempo, sino su modo concreto de disfrutar de la vida, de aprovecharla al máximo y de compartirla.
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