Queridos amigos: El miércoles de ceniza, la Palabra de Dios nos lanzaba el gran pregón cuaresmal con una llamada muy fuerte a la oración, el ayuno y la solidaridad. Es el camino eclesial de preparación a la Pascua. En sintonía con el mensaje del Santo Padre para esta cuaresma, en este número del Boletín, hemos querido fijar la atención especialmente en el tercer aspecto, deseando vivamente que nuestra cuaresma cristiana sea cuaresma solidaria. La solidaridad expresa, al mismo tiempo, la vinculación recíproca entre los seres humanos y la responsabilidad de los individuos y de los grupos sociales para con la sociedad. Como con frecuencia expresó Juan Pablo II, constituye el único camino válido para alcanzar la paz, la justicia y el desarrollo. Los problemas sociales tienen hoy un carácter global, repercuten en todas las latitudes. Sus consecuencias (hambre, guerra, terrorismo, desastres ecológicos) alcanzan a toda la humanidad; y no podrán resolverse si no se crean nuevos frentes de solidaridad. Es, pues, necesario tomar en serio la pertenencia a la humanidad. Se trata de superar actitudes individualistas y egocéntricas, de llegar a sentir como propias las injusticias y violaciones de los derechos humanos en cualquier país del mundo, de tomar conciencia de la intolerable situación de hambre y de miseria; de sentir la amenaza de destrucción que se cierne sobre la humanidad. Todo ello lleva al compromiso solidario, a la participación activa, a cuestionar incluso la forma de satisfacer las propias necesidades, a superar la actual cultura consumista. Son necesarias, sin duda, reformas sociales de gran alcance; pero, sobre todo, es necesario que se produzca un cambio profundo en el corazón de los seres humanos. Es preciso un gran vuelco en los comportamientos y actitudes, una verdadera conversión a la solidaridad.
Eugenio Alburquerque Frutos
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