Queridos amigos:El próximo día 9 de marzo comenzamos los cristianos la celebración del tiempo litúrgico de la cuaresma. Si participamos en el rito de la ceniza, propia del día, escucharemos un verdadero pregón cuaresmal. Desde el comienzo, la Palabra de Dios nos señala las actitudes propias para preparar el camino hacia la celebración de la Pascua, centro de nuestra fe cristiana. Para comenzar la cuaresma, Dios nos pide especialmente que cambiemos el sentido de nuestra marcha y avancemos en dirección a Él. Esto es, en realidad, lo que significa la palabra que más se repite en nuestras celebraciones litúrgicas de este tiempo: conversión. Constituye la primera disposición para acoger el Evangelio. Toda la predicación de Jesús está centrada en la proclamación de la conversión como único camino de acceso al Reino de Dios. Es, en definitiva, una orientación decisiva hacia Dios. Comienza, atreviéndose a acoger y a vivir el don de Dios. Pero la conversión que continuamente Dios nos pide, no se realiza en un instante. Implica siempre un proceso, quizá lento y penoso. En realidad, el cristiano no es nunca un ser ya convertido, sino convertible. Día a día es necesario que, descubriendo nuestra propia situación, miremos hacia la meta y avancemos en la dirección de Dios. Y precisamente para avanzar en esta dirección, el mismo pregón cuaresmal del miércoles de ceniza nos propone tres actitudes clave: limosna, oración y ayuno. A ellas se ha referido el papa Benedicto XVI en sus mensajes cuaresmales de los últimos años. Ayuno es privación, renuncia, ascesis; limosna es compartir, solidaridad, hospitalidad, fraternidad; la oración es la referencia fundamental de toda la vida al Padre, «trato de amistad con quien sabemos que nos ama», escribió Teresa de Ávila. Y no podemos olvidar la observación que nos dirige el mismo Evangelio proclamado para comenzar la cuaresma: oración, ayuno y limosna han de quedar en lo secreto, se han de hacer en lo escondido, ante el Padre. Porque, cuando reces, ayunes o hagas limosna, «no vayas tocando la trompeta por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas». La conversión no necesita proclamarse. Sucede dentro del propio ser, dentro del propio corazón, y ante Dios.
Eugenio Alburquerque Frutos
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