Después de la Anunciación, María se encontró con un gran misterio dentro. Sin embargo, todo a su alrededor continuaba igual. María antes de preocuparse por ella misma, va a prisa para ayudar a quien la necesita.
Cuando llega a casa de Isabel, la luz interior del Espíritu Santo las envuelve e Isabel exclama: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¡Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!”.
Palabras “desproporcionadas” porque María es una desconocida joven de un pueblo irrelevante. ¿Qué pueden hacer ellas en un mundo en el que cuentan “los grandes” y mandan otros poderes?
María una vez más se admira, su corazón es transparente, totalmente abierto a la luz de Dios; su alma no tiene cabida para el orgullo y el egoísmo. Las palabras de Isabel encienden en María una alabanza, que es una auténtica y profunda lectura creyente de la historia. Una lectura que nosotros debemos aprender continuamente de ella, cuya fe está libre de sombras y es inquebrantable: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”.
María reconoce la grandeza de Dios; es el primer e indispensable sentimiento de la fe, el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y la libera del miedo, incluso en medio de las dificultades y dolores.
Adentrándose más allá de lo aparente, María ve con los ojos de la fe la obra de Dios en la historia. Por eso es santa, porque ha creído: por la fe, ha acogido la Palabra del Señor y ha concebido al Verbo. Por la fe ve que los poderosos de este mundo son todos provisionales, mientras que Dios es la única roca que no cae.
Su Magníficat, a distancia de milenios, permanece como la más verdadera y profunda interpretación de la historia, mientras que otras lecturas de “sabios” han sido desmentidas por los hechos en el curso del tiempo.
Espiritualidad salesiana, espiritualidad mariana: vivir educando con el Magníficat en el corazón. En nosotros los mismos sentimientos de María hacia Dios, su fe, esperanza y caridad; su mirada fija en Jesús. Su situación en la historia desde los pobres, su ser colaboradora del Señor y auxiliadora de quienes la necesitan. Solamente acogiendo el amor de Dios y haciendo de nuestra existencia un servicio desinteresado y generoso al prójimo, podremos entonar con alegría un canto de alabanza al Señor.
María Dolores Ruiz Pérez
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