Desgraciadamente, la familia actual no es esa “Iglesia doméstica” que el Concilio preconizaba. Los niños ya no aprenden a rezar sentados en las rodillas de su madre. Pero siempre habrá una continuidad natural entre el amor y la fe religiosa del niño, como pone de relieve el gran pedagogo suizo J. E. Pestalozzi: “Si la madre ama, ama también el hijo. Aquellos en quienes la madre tiene confianza, despiertan a su vez la confianza del hijo. Si de un extraño a quien el niño no ha visto jamás dice la madre. -“Te ama, debes tener confianza en él, dale tu manita, el niño le sonríe y le tiende la mano inocente. Y si ella le dice: -“Tienes en un país lejano un abuelo que te quiere”, el niño cree en ese amor, habla de su abuelo con la madre, cree en el amor de éste… Y también cuando ella le dice: -“Tengo en el cielo un Padre de quien viene todo lo que tú y yo poseemos”, el niño, fiado de la palabra de su madre, cree en el Padre que está en los cielos… Y de este modo sucede que el hijo del hombre, cogido de la mano de su madre, se eleva del amor y la confianza sensible al amor y a la confianza humana, y de ésta al puro sentimiento de la verdadera fe y del amor cristiano” (Canto del cisne). El amor, la fe y los demás valores auténticamente humanos sólo pueden germinar en este clima de natural confianza.
Antonio Escaja
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