La celebración de la Navidad está precedida, en la tradición cristiana, por un tiempo de preparación: el Adviento. Tiempo de: ;img src=Marcas/RomboR.gif> Lectura de los profetas. El profeta siempre sitúa a la persona y a la comunidad ante la realidad y hace ver el momento presente en un contexto más amplio. Y hay presentes que sólo son vivibles si tenemos mañana por venir. ;img src=Marcas/RomboR.gif> La oración, para entrar en otra onda y sintonía, para tocar con el alma, el corazón de Dios y el “corazón de las cosas”. Cuando nos falta oración nos quedamos siempre fuera de lo esencial. Quien es esencial y es esperado “con toda el alma” siempre levanta palabra y oración dentro de nosotros. ;img src=Marcas/RomboR.gif> La espera, es hacer en cada momento sólo lo que hay que hacer. En esta sociedad de prisas, tenemos crudo aprender la lección de la espera… Hay que mirar las semillas y ver cómo germinan y llegan a su ritmo. Esperar es creer que los caminos personales de maduración y de fe se hacen despacio. Esperar es una actitud de vida que hace posible que el otro sea el que es. Esperar es aceptar lo nuevo, lo bueno, la verdad, la palabra y la Buena Nueva. La vida está llena de esperas. Hay más advientos en el calendario de cada persona que en el Adviento oficial, ¡y casi ni nos damos cuenta…! ;img src=Marcas/RomboR.gif> La fiesta, lo festivo es fundamental: las tradiciones familiares, los detalles de siempre: el belén, el árbol, las felicitaciones, los buenos deseos, los detalles de cariño, los regalos sencillos, los vestidos de fiesta, la comida especial, los ratos en familia, las reuniones de los amigos, las celebraciones comunitarias religiosas…

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