Un tranquilo Felipe Rinaldi, elegido por Rua, como su vicario general, a la muerte de Belmonte, vicario anterior, empujó papeles y libros con la historia de los salesianos primeros, cuadernos de apuntes, libretas de notas. Transportó cajas de documentos al archivo. Guardó copias de expedientes. Reorganizó devocionarios. En general los papeles propios de Belmonte no eran legajos de la antigüedad. Dentro de esas cajas sólo iba un pasado reciente. Hasta pesaba poco, pero para su pesaje real habría que utilizar balanzas de la factoría de San Miguel, el arcángel encargado del peso de las almas.- Aquí, listados de salesianos.- En esta carpeta, los expedientes de profesiones.- Aquí, la petición de nuevos colegios en España.Todo taxativo, todo redondo, todo encajado. Como un estadillo de cuentas.Rinaldi se encontró de bruces con unas pruebas de imprenta del Manual del buen Administrador, protegidas por unos cartones. Se concentró como en una plegaria, como quien reza en solitario y estupefacto le dijo a Rua:- No sabía que Belmonte hubiera escrito este volumen.Rua no se dio por aludido.- Mire, he encontrado las pruebas en uno de sus cajones.Rua desoía los consejos de la biología y de la prudente razón.- Es una obra de gran valor. Yo creo, padre, que es conveniente imprimirla. ¿Qué le parece a usted?El físico de Rua en el que habían ido tomando posiciones, como injertos, ciertos gestos duros, se dulcificó y respondió:- Haz como mejor te parezca.El libro se publicó bajo el nombre de Belmonte. El trabajo cumplió su misión de inmediato. Pasados bastantes años cayó en manos de Rinaldi el mismo original del Manual, pero de puño y letra de su verdadero autor, Miguel Rua. Restituidos los papeles a sus autores, los originales a sus archivos, con la serenidad que da el tiempo, la gallardía de Rua, la gallardía final de sus buenas formas, resulta mensaje educado. No fue el único. El género del arrebato, de la burrada, está de moda siempre. Rua sabía que el arrebato no sólo no goza de prestigio, sino que puede pesar demasiado en las balanzas de San Miguel. Son las únicas que importan.
Francisco Rodríguez de Coro
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