Queridos amigos y amigas:
¿Nuestros jóvenes tienen confianza con nosotros, sus educadores? ¿Nos pueden llegar a temer? Muchas veces situamos barreras entre ellos y nosotros… a veces inconscientemente. Falta de comunicación, no les tenemos en cuenta, pensamos por ellos, metodologías anticuadas, la nueva realidad virtual…
“¿Cómo hacer, pues, para romper estas barreras? Familiaridad con los jóvenes, especialmente en aquellos espacios donde se encuentran en nuestros centros juveniles. Sin familiaridad no se demuestra el afecto y sin esta demostración no puede haber confianza. El que quiere ser amado, debe demostrar que ama”.
El educador al cual sólo se ve en la cátedra es maestro y nada más; pero, si participa de la vida de los jóvenes, de sus espacios, en el patio, en la sala de juegos, en el teatro, se convierte en un hermano. Ahí puede surgir la “palabra al oído”, un consejo, una preocupación compartida. “…Esta confianza establece como una corriente eléctrica entre jóvenes y educadores. Los corazones se abren y dan a conocer sus necesidades…”.
Para que exista familiaridad se requiere: presencia. Es decir, estar allí, donde están ellos. No en despacho o sala de animadores. Se requiere una actitud de acogida, a través de la cual comunicamos comprensión, aceptación, afecto, alegría. “…Me alegro mucho que estés aquí…”. Esto implica decir sí a la vida del joven, sin condiciones.
Estoy convencido de que la familiaridad engendra el afecto, y el afecto, la confianza… El punto de partida de nuestra acción educativa es la “familiaridad”, el ambiente positivo, la cercanía, el dar el primer paso, el allanar el camino… “No basta amar”, es necesario que se den cuenta de que se les quiere… Cuando alguien se siente querido, se desbloquea, está dispuesto a la apertura… se puede intervenir educativamente. La praxis de Don Bosco nos enseña que, en un ambiente positivo, la capacidad de cambio de un joven con dificultades está ligada al encuentro con un adulto que ha sabido ofrecerle una mirada de confianza sin tener en cuenta su pasado.
El educador comparte con los muchachos el juego y la oración, el descanso y la fatiga del estudio, el deber de cada día… como si se tratase de una necesidad congénita, de una coincidencia de gustos, inclinaciones y tendencias. Está entre los jóvenes como si fuera uno de ellos, espontáneamente compenetrado con su misma situación, siendo “el alma del recreo…”. No con la ligereza de un chico más, sino como adulto maduro que participa de los gustos de los muchachos en amistad para acompañarles en sus procesos de crecimiento.
Queridos amigos, cuento con vosotros. Termino diciéndote “avanti sempre avanti”.
Pie de foto: Valladolid, 21-22 de abril. Reunión de la Comisión Nacional de COR´S.
Santi Domínguez Fernández
Coordinador Nacional de Oratorios-Centros Juveniles
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